El licenciado hizo una diferenciación clave: jugar es una actividad sana, placentera, natural, incluso necesaria en la infancia y adolescencia. Pero cuando ese juego pierde su función lúdica y se transforma en una compulsión —es decir, cuando ya no se puede dejar de jugar aunque se quiera, cuando aparecen consecuencias negativas y aún así se persiste—, entonces se trata de ludopatía. “Juego viene de ludo, de lúdico. Pero cuando el juego deja de serlo, y pasa a ser una conducta que se escapa de la voluntad, hablamos de ludopatía. Es lo mismo que con el alcohol o el celular: el problema no es el objeto, sino el uso que se hace de él”.
El circuito de recompensa cerebral tiene un rol clave en este proceso. Cada vez que alguien gana en un juego o apuesta, su cerebro libera dopamina, la hormona del placer. Esa descarga genera una sensación gratificante que, en el tiempo, se vuelve adictiva. Pero lo más preocupante, según el entrevistado, es que llega un momento en que ya no se juega para ganar, sino para calmar la abstinencia. “Es como rascarse. Al principio es porque te pica, pero después lo hacés por inercia, y terminás lastimándote. Así funciona el mecanismo de la compulsión”, ejemplificó.
Las consecuencias se manifiestan de múltiples formas: aislamiento social, bajo rendimiento escolar, cambios en el humor, insomnio, pérdida del interés por otras actividades, mentiras, robos en el hogar, descuido de la higiene personal, etc. “El chico se empieza a encerrar. Ya no quiere salir, ni jugar con amigos, ni charlar con la familia. Está irritado, duerme mal, se muestra ausente o ansioso. Todo eso son señales de alerta que los adultos tienen que aprender a leer”, sostuvo el especialista.
El profesional insistió en que el sufrimiento es la línea divisoria entre el uso saludable del juego y la adicción: “Una cosa es jugar una hora por día a un videojuego. Otra, muy distinta, es no poder parar, mentir para jugar, gastar dinero que no se tiene. Ahí hay sufrimiento, y ese sufrimiento nos tiene que llamar la atención”.
Uno de los errores más comunes, dice, es culpar a la tecnología. “La tecnología no es el problema. El problema es cómo y para qué se usa. Y ahí es donde los adultos tenemos una enorme responsabilidad. No se trata de prohibir ni de criminalizar. La prohibición genera más deseo. Y la criminalización, más clandestinidad. El camino es otro: el diálogo, el acompañamiento, la educación emocional y digital”.
Otro factor clave en la expansión de esta problemática es el rol que ocupan —o dejan de ocupar— los adultos. “Hoy vemos padres que tienen miedo de poner límites. Que quieren ser ‘copados’, y por eso terminan actuando más como adolescentes que como referentes”, señaló. Y agrega: “Muchos padres no saben cómo hablar con sus hijos. El diálogo está muy debilitado, y la tecnología viene a ocupar ese vacío”.
Durante una de las entrevistas clínicas, una adolescente sorprendió al equipo terapéutico del que forma parte el entrevistado, al afirmar que sus padres se llamaban Ariel. Cuando indagaron más, descubrieron que en realidad eran dos avatares generados por una inteligencia artificial: “Reemplazó a sus padres reales por una IA. Esto muestra hasta qué punto los chicos están buscando contención, y muchas veces la encuentran en lo virtual porque no la tienen en casa”, reflexionó el psicólogo.
“La ludopatía no deja rastros físicos. Cuando la vemos, ya se perdió todo: una casa, una familia, una vida. Es una de las adicciones más invisibles que existen”, sostuvo con crudeza. En ese contexto, el tratamiento requiere un enfoque interdisciplinario que combina psicoterapia, contención familiar y educación financiera. “No se trata solo de decirle al chico que no juegue. Hay que enseñarle a regular su ansiedad, a esperar, a tolerar la frustración. Son habilidades que no se aprenden solos”, explicó.
En ese sentido, Icazatti insistió en que el modelo de crianza tradicional, basado en la autoridad vertical y la distancia emocional, ya no funciona en el mundo actual. “Hoy no hay códigos, hay ejemplos. No sirve de nada decirle a un pibe que no juegue, si el padre está todo el día apostando en el celular o viendo apuestas deportivas por la tele. La familia tiene que ser un puente entre el mundo analógico y el digital. Y eso solo se logra con tiempo, escucha y presencia”.
También cuestionó la falta de herramientas en el sistema educativo. “La escuela está atrasada. Muchos docentes no saben qué hacer frente a estas problemáticas. Los chicos están expuestos al bullying, a la sobreexposición, al consumo, a la presión social, y nadie les da herramientas para gestionar sus emociones, para poner límites, para decir que no. Se enseña matemáticas y lengua, pero no se enseña a vivir en un mundo digital hiperconectado”, lamentó.
El experto también abordó el impacto de la legalización del juego en Argentina, que primero se legalizó y luego se prohibió en algunos ámbitos. “Siempre digo que somos uno de los pocos países que primero legalizamos y después prohibimos, como pasó con el alcohol y el tabaco”, comentó. La combinación de estos factores, junto con la frustración social, la pérdida de comunicación familiar y la sobreinformación, creó un escenario propicio para que esta problemática se instale con fuerza.
Por eso, propuso una mirada integral, que incluya la educación emocional, la participación activa de la familia y el trabajo en red con las instituciones. Y advirtió que los adultos no pueden seguir mirando para otro lado. “No se trata de satanizar los dispositivos ni de idealizar el pasado. Antes también había problemas. Esto no es peor ni mejor: es distinto. Y sobre esto es sobre lo que tenemos que actuar”.
El mensaje final del especialista es claro: no se trata de eliminar el juego, ni de controlar cada segundo que los chicos pasan frente a una pantalla. Se trata, más bien, de recuperar el vínculo, de generar espacios de confianza, de enseñar a reconocer los propios límites y de construir un entorno donde jugar siga siendo eso: un placer, no una trampa.
En FUSALU (Fundación Sanjuanina de Ludopatía), se trabaja con grupos terapéuticos en los que cada persona adopta el nombre de un apóstol como forma simbólica de anonimato y de renacimiento. “Estamos armando un libro con sus historias, se va a llamar Apostar a la recuperación. Queremos que se escuchen sus voces, que se visibilice el proceso”, contó.
La lógica que guía el trabajo de la Fundación se basa en el acompañamiento horizontal, no en la imposición. “A nadie le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Por eso trabajamos desde la humildad. Ellos son expertos en lo que viven, nosotros aprendemos de ellos”, afirmó el psicólogo.
Llega el Café Terapéutico, un espacio para sanar y compartir: Con grupos reducidos y coordinados por profesionales, el Café Terapéutico propone encuentros para trabajar emociones, vínculos y autoestima. “Es un lugar de escucha y transformación personal, en formato de barcito, con café y charla”, explicó el coordinador. Los grupos abordan temáticas como ludopatía, duelos y ansiedad. Se dictarán jueves y viernes en distintos horarios, para mas información,comunicarse al 2644461495 o hacer click aqui.