Bonill remarcó que los gritos no se justifican, aunque sí pueden comprenderse dentro del marco emocional que atraviesan los adultos. “Hay varios factores que llevan al grito, pero la conducta no se justifica. Podemos mirarlo con bondad hacia los padres: el tiempo falta, sienten que todo llega tarde, y mientras tanto los adolescentes viven en el presente, en otro ritmo”.
Otro punto clave es el rol de los límites. “Decir que no y sostenerlo cuesta muchísimo. Pero es un ejercicio necesario: los límites ayudan a que los chicos aprendan a manejar la frustración”, afirmó.
Sobre el momento exacto de la explosión emocional, la psicóloga explicó que muchas veces los adultos reaccionan sin poder observar el proceso previo: “En cualquier estudio hay un recorrido. Para llegar a ese punto se pasaron varias líneas. Generalmente hay otra persona que te ayuda a frenar el enojo, pero en este caso el papá estaba solo con su hija, frustrado y bajo presión”.
Bonill subrayó que maternar y paternar hoy es un trabajo complejo: “Los tiempos a veces son largos para algunas cosas y los adultos, cansados, queremos que los chicos se organicen rápido para poder descansar”.
Como estrategia para evitar estos estallidos, recomienda volver al presente: “Respirar, reconectar, bajar un cambio. Estar conscientes en el momento nos permite reorganizar el eje entre lo que siento, lo que necesito y cómo lo hago”.
Finalmente, la psicóloga invitó a los padres a pensar en el vínculo sin culpas, pero con responsabilidad: “Hay que tomar medidas antes de llegar a la explosión. Preguntarnos qué herramientas faltaron y cómo acompañamos. Todos hacemos lo mejor que podemos, pero a veces nos perdemos en lo cotidiano”.
Y dejó una reflexión central: “Las conversaciones crean mundos. Es bueno preguntarse: ¿qué tipo de conversaciones estoy teniendo con mi hijo y qué tipo de mundo estoy creando?”