"Las manifestaciones extremas de clima espacial podrían afectar a servicios esenciales como el tendido eléctrico, el abastecimiento de agua, la sanidad y el transporte. Tienen el potencial para trastocar la seguridad de continentes enteros", advertía Barack Obama en uno de sus últimos decretos desde la Casa Blanca, a finales de 2016, donde urgía a las agencias gubernamentales estadounidenses a prepararse para una posible tormenta solar. Desde luego, hay buenas razones para hacerlo.
En marzo de 1989, una eyección de plasma solar inutilizó un transformador en Nueva Jersey y dejó sin abastecimiento eléctrico a seis millones de personas en la provincia canadiense de Quebec. Tampoco se pudo prevenir la perturbación magnética que, en octubre de 2003, quemó varios transformadores en Suecia y Sudáfrica. Hoy, una potente tormenta solar afectaría a la navegación aérea, los satélites, los GPS, los teléfonos móviles...
"Nuestra dependencia de la tecnología nos hace mucho más vulnerables que en otras épocas", cuenta Héctor Socas, científico del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Si se estropearan de golpe cosas como los sistemas de comunicación y los servicios eléctricos,"el mundo podría sumirse en una crisis económica global", afirma Socas. A la misma conclusión ha llegado un equipo de investigación del Centro de Estudios sobre Riesgo de la Universidad de Cambridge. En un ensayo publicado en el Space Weather Journal, en enero de 2017, estos expertos indican que solo en Estados Unidos, los costes por daños directos y pérdidas en el comercio internacional podrían suponer entre 7.000 y 48.500 millones de dólares, en función de la gravedad del evento.
Tales erupciones son producidas por la interacción entre el plasma solar y sus campos magnéticos, dinámicos y cambiantes. Además de emitir luz y calor, nuestra estrella se relaciona con su entorno de distintas maneras. Una de sus manifestaciones más suaves es el viento solar, que sopla continuamente, con un flujo constante de plasma que se evapora hacia el espacio y baña todos los rincones del Sistema Solar.
Con un ojo en el astro rey
Estudiar a fondo su origen y evolución es el objetivo de la misión Solar Probe Plus, -que ha sido rebautizada como Sonda Parker- que la NASA enviará en 2018. Ese viento, no obstante, nunca llega a la Tierra, porque nos protege el escudo electromagnético que rodea el planeta. Palabras mayores son las SEP -partículas solares energéticas, por sus siglas en inglés- expulsadas por las grandes erupciones y formadas por una mezcla de átomos de carga negativa y positiva, separados a altas temperaturas.
Las SEP no viajan por libre, ni se mueven en línea recta, sino que se expanden a lo largo de las líneas magnéticas, que les sirven de algo parecido a raíles. También, cuando son muy intensas, pueden estrellarse contra nuestro planeta. Entonces, provocan anomalías magnéticas, funden transformadores eléctricos y pintan los cielos polares de auroras boreales.
Las manchas solares suponen también un punto candente en las investigaciones. Curiosamente, son zonas más frías que la superficie que las rodea, por eso, se ven de color oscuro. En octubre de 2016, se observó por primera vez una onda desde una mancha solar hasta la atmósfera del Sol, desde el telescopio especial Solar Dynamic Observatory (SDO) de la NASA. "Se trata de ondas que se producen en la superficie del Sol, canalizadas por las líneas de campo magnético hasta la corona. Algo así como las olas de un lago subiendo un poco por los juncos", explica Socas. De su observación mediante instrumentos que detectan las distintas longitudes de onda, se puede saber mucho sobre las propiedades de la atmósfera solar, como temperatura, presión y densidad. Pero, sobre todo, es posible detectar cuál es la fuerza y la dirección del campo magnético.
Puedes leer íntegramente el artículo "Pendientes del Sol", escrito por Laura G. de Rivera, en el número 436 de Muy Interesante.
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Fuente: muyinteresante
Imágenes: NASA / ESA
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