Una vez que el espacio ha sido depurado, el siguiente paso es considerar los colores y texturas que se utilizarán. Aunque los tonos neutros como el blanco, el negro y el gris suelen asociarse con el minimalismo, Becker señala que no es obligatorio ceñirse a esta paleta. “Debe ser lo que te inspire y te dé propósito”, afirma.
Sin embargo, mantener una gama cromática coherente puede facilitar la combinación de elementos y contribuir a un aspecto más armonioso.
Incorporar contenedores de guardado que se integren con la decoración del hogar. Esto no solo ayuda a ocultar el desorden visual, sino que también puede aportar un toque de estilo.
Una vez que se ha reducido el número de objetos, es fundamental organizar lo que se ha decidido conservar. El espacio negativo, es decir, el área vacía alrededor de los objetos, es clave para crear una sensación de amplitud y luminosidad.
Al organizar un armario o un cajón, por ejemplo, dejar entre 2,5 y 5 centímetros de espacio alrededor de cada artículo, como zapatos o suéteres doblados. Esto no solo contribuye a un aspecto limpio y moderno, sino que también permite que cada objeto destaque por sí mismo.
El minimalismo no implica renunciar a la belleza o a los objetos decorativos, sino eliminar las distracciones para resaltar lo que realmente importa. Becker explica que este enfoque puede dar un nuevo protagonismo a piezas artísticas o esculturas que, de otro modo, pasarían desapercibidas en un entorno abarrotado.
Por ello, Becker recomienda deshacerse de adornos pequeños o que carecen de significado, en favor de objetos que realmente aporten valor emocional o estético.
Porque el minimalismo no se trata de privarse, sino de crear un espacio que refleje los valores y prioridades de cada persona. Como concluye Becker, “la vida mejora cuando posees menos cosas”.