En una gira por la que estuvo 74 horas en Mongolia, el papa Francisco aprovechó su estadía en el "corazón de Asia" para pedir al mundo que haya diálogo para frenar las guerras y se establezca un "compromiso urgente" por el ambiente, en un viaje marcado por los gestos concretos que tuvo el pontífice de acercamiento a China, una de las constantes de su política internacional.
Además, en la que fue la primera visita de un pontífice a Mongolia en la historia, Francisco hizo un importante guiño al budismo que predomina en la región al reconocer las "persecuciones" que sufrió y lanzó un llamado a otras religiones a decirle no a la violencia y al fundamentalismo.
En el plano geopolítico, la visita marcó otro paso de la "estrategia de aproximación indirecta" a China, con la que el Vaticano no tiene relaciones diplomáticas pero con la que Francisco viene promoviendo todo tipo de acercamientos.
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En ese sentido se leen los telegramas de saludo enviados a Xi Jinping cuando, a la ida y a la vuelta, el Papa atravesó el espacio aéreo chino. En el primero, en especial, el pontífice envió "buenos deseos" y bendiciones de "unidad y paz" a Xi Jinping y al "pueblo" del país asiático, al tiempo que le aseguró sus oraciones por "el bienestar de la Nación".
Ayer, en ese marco, al celebrar una misa para 2.000 personas en la capital mongola Ulán Bator, el Papa aprovechó la presencia de dos obispos de Hong Kong para "enviar un caluroso saludo al noble pueblo chino".
"A todo el pueblo le deseo lo mejor, e ir adelante, progresar siempre", deseó el pontífice en un tramo improvisado de su saludo final.
"Y a los católicos chinos pido que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos", agregó el pontífice tras la celebración a la que asistieron fieles chinos y de otros países de Asia Central. Sin relaciones diplomáticas, los dos Estados firmaron en 2018 un acuerdo para la designación conjunta de obispos, con el que buscaron poner fin a 50 años de divisiones en la Iglesia del país asiático, pero que toda encuentra dificultades para ser implementado, al punto que, en cinco años, solo permitió la ordenación de cinco prelados con el aval conjunto de Roma y Beijing.
Tras haber dado cinco discursos durante los cuatro días que estuvo en Mongolia, Francisco llegará a Roma este lunes a las 17.20 locales (12.20 de Argentina), tras once horas de vuelo.
Otro de los temas centrales del viaje fue el renovado llamado del Papa para la paz y, en su primer discurso en Mongolia, pidió el fin de las guerras a nivel mundial y un compromiso "urgente" por el ambiente.
"Quiera el cielo que, sobre la tierra, devastada por tantos conflictos, se recreen también hoy, en el respeto de las leyes internacionales, las condiciones de aquello que en un tiempo fue la pax mongola, es decir, la ausencia de conflictos", planteó el pontífice al hablar ante las autoridades políticas y sociales de Mongolia en el Palacio de Gobierno del país ubicado en el corazón de Asia.
"Así como dice su proverbio: las nubes pasan, el cielo permanece, que así pasen las nubes oscuras de la guerra", deseó el pontífice al hablar ante unos 700 invitados y luego de reunirse media hora con el Presidente Ukhaagiin Khurelsukh.
En su discurso, Francisco alentó además "que se disipen por la firme voluntad de una fraternidad universal en la que las tensiones se resuelvan sobre la base del encuentro y del diálogo, y que a todos se les garanticen los derechos fundamentales", antes de llamar al mundo a "construir juntos un futuro de paz", convocó.
Tras haber viajado en 2022 a Kazajistán para encabezar un encuentro interreligioso con los credos de la región, Francisco volvió un año después al Asia Central a mostrarse como un primus ínter pares en las convocatorias a las religiones a trabajar unidas.
"Nuestro esfuerzo común para dialogar y construir un mundo mejor no son vanos. Cultivemos la esperanza", animó en esa dirección a los líderes religiosos con los que se reunió el domingo.
En el plano interreligioso, Francisco planteó también que el fundamentalismo "pone en peligro la paz" y pidió "que no haya ninguna confusión entre credo y violencia", al encabezar un encuentro al que, entre otros, asistieron representantes ortodoxos y del budismo, predominante en la región.
"El hecho de estar juntos en el mismo lugar ya es un mensaje. Las tradiciones religiosas, en su originalidad y diversidad, comportan un formidable potencial de bien al servicio de la sociedad", planteó el pontífice al encabezar el encuentro en el teatro Hun de la ciudad de Ulán Bator, capital de Mongolia.
En ese marco, el Papa propuso a la iniciativa como un modelo a seguir a nivel mundial y sostuvo que "si quien tiene la responsabilidad de las naciones eligiera el camino del encuentro y del diálogo con los demás, contribuiría de manera determinante a poner fin a los conflictos que siguen causando sufrimiento a tantos pueblos".
Para el Papa, "armonía es quizás el sinónimo más apropiado de belleza. Por el contrario, la cerrazón, la imposición unilateral, el fundamentalismo y la coerción ideológica arruinan la fraternidad, alimentan tensiones y ponen en peligro la paz".
Entre los presentes, hubo representante de la Asociación de Musulmanes de Mongolia, de los Ortodoxos rusos, de la Iglesia adventistas del séptimo día, judíos y evangélicos.
En esa línea, el Papa pidió "que no haya, por tanto, ninguna confusión entre credo y violencia, entre sacralizado e imposición, entre camino religioso y sectarismo".
Desde una Ulán Bator que es considerada una de las ciudades más contaminadas del mundo y la propia Mongolia tiene una larga tradición minera, el Papa se enfocó también en pedir un compromiso "urgente" a nivel mundial por el ambiente.
"Lo que para nosotros cristianos es la creación, es decir, el fruto de un benévolo designio de Dios, ustedes nos ayudan a reconocer y a promover con delicadeza y atención, contrastando los efectos de la devastación humana con una cultura del cuidado y de la previsión, que se refleja en políticas de ecología responsable", sostuvo en esa dirección.
En otro de los ejes destacados, el Papa hizo un importante guiño al budismo al referirse a los "sufrimientos padecidos en el pasado" por los practicantes de esa fe, un gesto de acercamiento al credo mayoritario en Asia Central, al encabezar un encuentro interreligioso y ecuménico en Mongolia, un país con apenas 1.500 católicos pero con una mayoría budista cercana al 53% de la población.
La referencia a las persecuciones al budismo se leen como un guiño del pontífice hacia una fe perseguida por los regímenes comunistas de toda Asia Central, incluida Mongolia.