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La tradición que transformó una vivienda en un clásico escenario navideño

En Rivadavia, la familia Yornet abrió su casa y sorprendió al barrio con 40 Papá Noel, una aldea iluminada y una tradición de 25 años que convirtió su hogar en un verdadero paisaje navideño.

Durante esta Navidad, Edith y Daniel Yornet recibieron a vecinos y familiares en su casa de Rivadavia, donde lograron crear un ambiente que impactó a todos los que entraron. La tradición había comenzado en el año 2000, cuando incorporaron su primer Papá Noel dorado.

“Nació con un pequeño gesto y ese primer Papá Noel. Con el tiempo ya sumaba más de 40 figuras”, recordó Edith. La colección había crecido año tras año, impulsada por sus nietas, quienes también propusieron sumar la aldea navideña: una ciudad iluminada que desplazó la mirada de grandes y chicos.

Al cruzar la puerta, las luces y los adornos creaban un entorno que parecía sacado de una película. “Era un espacio de encuentro, donde latía la magia navideña. Los chicos lo disfrutaban y los adultos se emocionaban con los recuerdos”, contó Edith.

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Las figuras en movimiento fueron algunas de las más admiradas: el Papá Noel baterista, el del acordeón, el que abrazaba y los que bailaban en lo alto de los muebles. Daniel, detallista y parte fundamental del armado, también repasó sus preferidos. “Este era el más antiguo, el más viejo de todos. Su baile transmitía una alegría única”, afirmó.

La aldea iluminada, el rincón más admirado

En el living, la aldea navideña se convirtió en uno de los puntos centrales del recorrido. “Era una pequeña ciudad iluminada que me reenviaba a la comunidad y a la espiritualidad. Tenía la iglesia, la casa de los renos, un rincón europeo con la Torre Eiffel y hasta un fast food”, explicó Edith.

Un tren rodeaba el conjunto y fue uno de los elementos más valorados por quienes visitaron la vivienda. “Para mí, el tren era lo más especial”, agregó.

Un espacio que convocó a todo el barrio

La propuesta de la familia trascendió sus paredes: “Los vecinos golpeaban desde hacía días para saber cuándo abríamos la aldea”, recordó Daniel.

La casa permaneció abierta y recibió tanto a niños como a adultos, que recorrieron cada ambiente y compartieron un pequeño ágape preparado por la familia. “Pasaban todos los días. Era una visita abierta para los chicos del barrio y también para los adultos, que lo disfrutaban muchísimo”, contó Edith.