Las figuras en movimiento fueron algunas de las más admiradas: el Papá Noel baterista, el del acordeón, el que abrazaba y los que bailaban en lo alto de los muebles. Daniel, detallista y parte fundamental del armado, también repasó sus preferidos. “Este era el más antiguo, el más viejo de todos. Su baile transmitía una alegría única”, afirmó.
La aldea iluminada, el rincón más admirado
En el living, la aldea navideña se convirtió en uno de los puntos centrales del recorrido. “Era una pequeña ciudad iluminada que me reenviaba a la comunidad y a la espiritualidad. Tenía la iglesia, la casa de los renos, un rincón europeo con la Torre Eiffel y hasta un fast food”, explicó Edith.
Un tren rodeaba el conjunto y fue uno de los elementos más valorados por quienes visitaron la vivienda. “Para mí, el tren era lo más especial”, agregó.
Un espacio que convocó a todo el barrio
La propuesta de la familia trascendió sus paredes: “Los vecinos golpeaban desde hacía días para saber cuándo abríamos la aldea”, recordó Daniel.
La casa permaneció abierta y recibió tanto a niños como a adultos, que recorrieron cada ambiente y compartieron un pequeño ágape preparado por la familia. “Pasaban todos los días. Era una visita abierta para los chicos del barrio y también para los adultos, que lo disfrutaban muchísimo”, contó Edith.