Los investigadores encontraron que los impactos terrestres serían casi 10 veces más peligrosos que los oceánicos. En términos de daños humanos, los tsunamis que generaría el estallido solo representarían el 20% de las vidas perdidas en todos los escenarios posibles.
Los vientos que surgirían producto del impacto tendrían suficiente poder para lanzar cuerpos humanos y arrasar con los bosques. En tanto, el aumento de la presión atmosférica provocaría ondas de choque lo suficientemente fuertes como para quebrar los órganos internos.
En base al modelo desarrollado, el 60% de las ciudades quedarían en ruinas. Los efectos del calor, por caso, implicarían el 30% de las muertes en simulaciones terrestres. Clemens Rumpf, procedente de la Universidad de Southampton y líder de la investigación, aseguró que la mejor manera de evitar los daños en un hipotético caso sería refugiarse en sótanos y otras estructuras subterráneas.
El cráter y los desechos aéreos remanentes no representaron un porcentaje elevado en la catástrofe; el 1% de las muertes. Entre los factores analizados, el movimiento sísmico resultó el menos preocupante; causaría el 0,17% de las pérdidas humanas.
Sin embargo, pese a lo alarmante que pueda parecer el esquema elaborado, Rumpf se encargó de remarcar lo poco probable que sería la caída de un asteroide en la Tierra. Afirmó que existe una posibilidad cada 1.500 años de que llegue una roca espacial intermedia, de 58 metros de ancho, mientras que solo una chance cada 100 mil años de que impacte un monstruo de 400 metros de ancho.
El líder del estudio acotó que los resultados podrían ayudar a tomar precauciones: "Si sólo afecta a 10 personas, quizá lo mejor sea evacuar el área, pero si un millón de personas se ven afectadas, puede valer la pena montar una misión de desviación y empujar al asteroide fuera del camino", señaló. De allí el reciente plan anunciado por la NASA.