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La batalla por el relato: manipulación, redes y desinformación global

La lucha por el control de la narrativa global se libra en las pantallas. Redes sociales, bots y contenidos manipulados construyen una realidad paralela donde la emoción pesa más que la verdad.

La guerra de los relatos es tan real y devastadora como los enfrentamientos en el campo de batalla. Impulsada por la tecnología digital y la adicción global a las pantallas, millones de personas forman su opinión a partir de imágenes que muchas veces son intencionalmente producidas para manipular.

Todo indica que Hamas no solo controla Gaza, sino también las imágenes y contenidos que de allí emergen. El objetivo parece claro: provocar indignación y empatía, apelando a la sensibilidad humana frente a una crisis humanitaria innegable, pero moldeando el mensaje. Las tragedias silenciadas, como la de Shiri Bibas y sus hijos Ariel y Kfir —el bebé más pequeño secuestrado el 7 de octubre de 2023 y asesinado durante su cautiverio—, contrastan con la narrativa cuidadosamente seleccionada que circula en redes. Mientras tanto, los líderes de Hamas viajan a Qatar y reciben apoyo financiero de Irán, con la permisividad del Líbano hacia Hezbollah como partido político.

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Shiri Bibas y sus hijos pequeños, Ariel y Kfir, no se ven en redes, no se muestra su tragedia.

Shiri Bibas y sus hijos pequeños, Ariel y Kfir, no se ven en redes, no se muestra su tragedia.

Las brutales imágenes de aquel 7 de octubre —personas quemadas vivas, asesinadas en sus casas o durante una fiesta electrónica— se diluyen en el olvido digital. Las redes, que alguna vez amplificaron el horror, hoy lo sepultan bajo nuevas tendencias. Del mismo modo, atentados como el de las Torres Gemelas o los ataques a la Embajada de Israel y la AMIA siguen siendo heridas abiertas, pero sin presencia sostenida en la conversación pública global.

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La manipulación se alimenta de tecnología barata y accesible. Bots, trolls y granjas digitales producen contenido falso, inflan narrativas y crean “influencers sintéticos” que difunden mensajes cuidadosamente diseñados. Con la ayuda de videos editados, audios alterados y deepfakes, las campañas de desinformación se vuelven imposibles de auditar, pero de altísimo impacto emocional.

Europa, mientras tanto, enfrenta una crisis migratoria que desafía los valores que moldearon su identidad. En su intento por sostener la libertad de expresión, parece mirar hacia otro lado ante atrocidades como la masacre de 200 cristianos en Nigeria o las más de 20.000 muertes provocadas por el fundamentalismo islámico en la última década.

Vivimos conectados todo el día, bombardeados por mensajes que penetran nuestra mente sin pausa: correos, WhatsApp, Telegram, reels, TikToks. Informarse se convirtió en un ejercicio emocional más que racional. La credibilidad que antes encarnaban los periodistas y los medios tradicionales se diluye ante una tecnología liviana y maniquea, que privilegia la velocidad sobre la verdad.

Regular, moderar y legislar sobre el contenido digital ya no es una opción, sino una necesidad urgente. Mientras tanto, la educación y la responsabilidad individual se vuelven el único refugio posible frente a una guerra de relatos donde la verdad corre peligro de extinción.