Carina coincidió en la necesidad de un compromiso profundo: “Ejercer la psicopedagogía en la Argentina es un gran desafío, porque aún no se da su pleno desarrollo”. Señaló que “cada uno aprende a su tiempo y de manera diferente” y advirtió que “si lo emocional no está bien, no se puede aprender”. La pandemia, agregó, dejó “muchas historias contadas a medias” y evidenció la obligación de “seguir formándonos para brindar una compañía cercana y con solidez científica”.
Candelaria, joven profesional que trabaja en asesoría pedagógica universitaria, celebró el crecimiento de la profesión en la provincia. “Cada vez es más conocida y se le está dando mucha más importancia”, comentó. Destacó que “ninguna herramienta digital va a poder reemplazar nuestro trabajo, porque lo fundamental es la mirada, lo que sentís y lo que hablás cara a cara”. También observó que la formación académica “no alcanza por sí sola” y que gran parte del aprendizaje se da “en la marcha”, como cuando debió aprender a aplicar la resolución 6515 para actuar ante situaciones de riesgo en las escuelas.
Diana Bruno, psicóloga especializada en neuropsicología y cercana al ámbito psicopedagógico, ofreció una perspectiva académica. “La inserción del psicopedagogo en la Argentina requiere instancias de formación posgraduada, porque eso permite abrir el campo de inserción a todas las franjas etarias”, señaló. Consideró que la profesión debería involucrarse más en entornos de aprendizaje no tradicionales, “desde quienes deben adaptarse a nuevas tecnologías hasta poblaciones adultas”. Aun así, advirtió que “nunca vamos a reemplazar el contacto humano, la mirada del otro que ayuda a focalizar la atención”. También expresó preocupación por “la poca comprensión lectora y el bajo nivel de cultura general” que observa en estudiantes.
En sus testimonios, estas cuatro profesionales coincidieron en que la psicopedagogía es un puente entre lo cognitivo y lo emocional, una tarea que exige formación constante, compromiso ético y presencia real. En tiempos de inteligencia artificial y pantallas omnipresentes, su mensaje común fue claro: el aprendizaje sigue siendo, ante todo, un encuentro humano.
Por Gabriel Rotter.