Su lengua era filosa, pero también sabia. Cuando dijo “Crecí en un barrio privado de Buenos Aires. Privado de luz, de agua, de teléfono”, retrató mejor que nadie el origen humilde de aquel chico de Villa Fiorito que desafió al mundo.
El “10” también dejó frases que reflejaron su lucha, su dolor y su orgullo: “Me cortaron las piernas”, tras su expulsión del Mundial 1994, fue el grito de un hombre al que le arrancaron el sueño de representar a su país.
Embed - Maradona: "Me cortaron las piernas"
En su costado más combativo, inmortalizó perlitas como “Se le escapó la tortuga”, “Lástima no se le tiene a nadie, maestro” o el inolvidable desafío “Segurola y Habana 4310, séptimo piso. Y vamos a ver si me dura 30 segundos”, dirigido a Julio César Toresani, que luego sería su compañero en Boca.
Embed - Maradona a Toresani: Segurola y Habana 4310, Séptimo piso
Maradona también fue la voz de un pueblo que se reconocía en su rebeldía: “Mi viejo fue peronista, mi vieja adoraba a Evita, y yo fui, soy, y seré siempre peronista”, escribió alguna vez, reafirmando su identidad política.
Cuando la Iglesia lo decepcionó, dijo sin vueltas: “Escuché al Papa decir que la Iglesia se preocupaba por los chicos pobres. Pero ¡vendé el techo, fiera, hacé algo!”. Esa mezcla de honestidad brutal y sentido común lo convirtió en un portavoz natural del sentir popular.
Su legado no sólo vive en los estadios o en las camisetas con su número. Vive en las palabras que siguen resonando cada vez que se lo recuerda: “Si me muero, quiero volver a nacer y quiero ser futbolista. Y quiero volver a ser Diego Armando Maradona”, había dicho en 1992. Y, en efecto, Maradona sigue naciendo cada día en la memoria de un pueblo que jamás dejará de amarlo. Porque como él mismo afirmó: “La pelota no se mancha”.