Para la oposición, que logró imponer su mayoría en la votación, la reforma representa un freno contundente a la acción presidencial. Diputados de la oposición argumentan que la medida busca “evitar un estado de excepción permanente” y que, sin estos límites, los DNU podrían ser usados de forma abusiva.
Durante la sesión también se abordaron otros temas críticos para la oposición:
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La interpelación al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, por la ley de emergencia en discapacidad, cuya implementación carece de asignación presupuestaria. Sectores opositores amenazaron con una moción de censura si Francos no presenta un plan de reasignación de partidas.
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El emplazamiento a la Comisión de Presupuesto para fijar un plazo límite al debate del Plan de Ingresos y Gastos 2026, con el objetivo de evitar la prórroga del presupuesto de 2023 por tercer año consecutivo.
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Interpelaciones a la secretaria general de Presidencia, Karina Milei, y al ministro de Salud, Mario Lugones, en relación con los audios filtrados de Diego Spagnuolo sobre presuntas coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS).
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El oficialismo celebró que la discusión se prolongue hasta después de las elecciones legislativas del 26 de octubre, lo que podría permitirle recomponer relaciones con gobernadores y ex aliados para frenar la sucesión de reveses parlamentarios. Desde la Casa Rosada trascendió que Milei evalúa un posible veto, ya que la reforma condiciona su margen de acción frente a una minoría parlamentaria.
Diputados opositores recordaron que gobiernos anteriores, incluyendo los de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Alberto Fernández, utilizaron DNU con mayorías en ambas cámaras, y denunciaron que la reforma busca “inmovilizar al Poder Ejecutivo” por razones políticas. Por su parte, referentes del PRO y la UCR advirtieron que la reforma debería aplicarse desde 2027 para evitar conflictos de gobernabilidad antes de conocer el resultado electoral.
En resumen, la aprobación en Diputados consolida una limitación inédita para un presidente en minoría, obligando al Gobierno a negociar consensos amplios para avanzar con su agenda y postergando la definición final al Senado, con un eventual veto presidencial que podría intervenir después de las elecciones.