Los signos de alarma más frecuentes incluyen:
- Pérdida súbita de fuerza en un brazo o una pierna del mismo lado.
- Dificultad para hablar o entender lo que se dice.
- Asimetría en la cara, especialmente al sonreír.
- Pérdida de visión en uno o ambos ojos.
- Dolor de cabeza intenso sin causa aparente.
- Pérdida del equilibrio, coordinación o conciencia.
Aunque los síntomas desaparezcan al cabo de unos minutos, los médicos insisten en que la atención debe ser inmediata, ya que puede tratarse de un episodio transitorio previo a un ACV mayor.
Factores de riesgo y prevención: lo que sí se puede cambiar
Según los especialistas, la mayoría de los factores de riesgo del ACV son modificables. Entre ellos, se encuentran la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol elevado, el tabaquismo, el sedentarismo, la obesidad y el consumo de alcohol.Adoptar hábitos saludables, mantener una alimentación equilibrada, realizar actividad física regular y controlar la presión arterial son medidas simples pero efectivas para reducir drásticamente las posibilidades de sufrir un ACV.
“La gran mayoría de los factores de riesgo tiene un tratamiento específico que disminuye significativamente la posibilidad de padecer un ACV. En la mayoría de los casos, se puede prevenir”, explicó el médico neurólogo del área de Neurología Vascular del Hospital Británico, Ariel Bustos (M.N. 127.371).
En la actualidad, los tratamientos de fibrinólisis y trombectomía mecánica, aplicados durante las primeras horas desde el inicio de los síntomas, pueden reducir notablemente las secuelas neurológicas permanentes y favorecer la recuperación. En este sentido, el Hospital Británico dispone de equipos especializados y tecnología avanzada para brindar una atención integral y oportuna.
Actuar rápido salva vidas
El mensaje de los expertos es claro: cada minuto cuenta. Reconocer los síntomas, llamar a emergencias y acudir de inmediato a un hospital preparado para tratar ACV puede marcar la diferencia entre la vida y la discapacidad. Además, mantener los controles médicos y adoptar una rutina saludable son las mejores herramientas para cuidar el cerebro a largo plazo.
Prevenir el ACV no solo implica reducir riesgos, sino también sumar bienestar, calidad de vida y autonomía. Porque entender que se puede actuar a tiempo es, también, una forma de cuidar el futuro.