Djokovic tuvo una chance para quedarse con el parcial cuando estaban 6-5 y el saque de Alcaraz, quien lo resolvió con una derecha cruzada después de un muy buen servicio. Así, se fueron a la definición rápida. La final era la que se esperaba: de gran nivel.
La paridad los volvió a encontrar hasta el 3-3, momento en el que Novak logró un mini quiebre al que le sumó los dos puntos con su saque. Así, quedó con tres posibilidades para quedarse con el set y lo consiguió en la primera chance, con una gran volea en la red.
El segundo tuvo un desarrollo parecido, quizás con menos intensidad en los peloteos pero con puntos maravillosos. Los dos volvieron a mantener el saque hasta la definición en el tie break, aunque a diferencia del parcial inicial solamente hubo una oportunidad de quiebre, que la tuvo Djokovic en el tercer game. Después, cada uno logró mantener su servicio con relativa comodidad.
Así llegaron al tie break y todo lo que era paridad, dejó de serlo. El serbio tuvo su primer mini quiebre para ponerse 1-0, aunque el español lo recuperó en el tercer punto. Llegaron a estar 2-2 y, a partir de ahí, todo fue de Novak.
Djokovic encadenó cuatro puntos consecutivos ante un Alcaraz que se mostraba vulnerable y en la primera chance para quedarse con la victoria, no falló: con una derecha soberbia después de una pelota corta, sentenció la final. Y vino el llanto desconsolado, como pocas veces se lo había visto.
Pese a los 24 Grand Slam y a los 98 títulos que tenía en su carrera, esta coronación tiene un sabor especial para Novak. A los 37 años, el serbio sabía que podía ser la última oportunidad para ganar los esquivos Juegos Olímpicos. Y se aferró con todo a la chance. El desahogo del final sintetizó lo que deseaba la medalla dorada.