Convertir la supervivencia en sentido fue su decisión posterior. Emigró a Estados Unidos, estudió Psicología, se doctoró y se especializó en estrés postraumático. No habló de Auschwitz por décadas; el dolor lo llevó en silencio hasta que, empujada por colegas y por la necesidad de ofrecer una voz femenina entre los relatos de supervivencia, volcó su historia en La bailarina de Auschwitz. Publicado ya con más de tres millones de ejemplares vendidos, el libro no es solo memoria: es enseñanza.
Sus referentes y alianzas intelectuales fueron determinantes. Un académico la impulsó a escribir; Viktor Frankl, cuyo libro El hombre en busca de sentido marcó a generaciones, fue mentor y amigo. Más tarde, su relación con Frankl y su formación clínica la empujaron a unir memoria con práctica terapéutica: enseñar a otros a habitar el sufrimiento sin quedar prisioneros de él.
Eger no reivindica el olvido ni el perdón ingenuo: insiste en que el trauma no se borra, pero se puede transformar en plataforma de acción. Su lema, repetido en entrevistas y en sus obras posteriores —como The Gift: 12 Lessons to Save Your Life—, cuestiona la identidad victimaria: “Fui victimizada, pero no soy víctima. Es lo que me hicieron, no quién soy”. Sus lecciones son prácticas: llorar, nombrar, soltar, encontrar recursos interiores y elegir, siempre, una manera de seguir.
A lo largo de su vida convirtió la palabra en herramienta: escribió no para revivir el horror sino para ofrecer herramientas a quienes cargan prisiones mentales —veteranos, víctimas de violencia, personas con pérdidas— y para subrayar que la libertad última es la decisión interior. Incluso adaptó su historia a un formato juvenil para que las nuevas generaciones entiendan que, aun en los episodios más oscuras, "siempre es posible encontrar esperanza".
Su trayectoria gráfica —de la bailarina adolescente al rostro de la resiliencia— muestra cómo una experiencia límite puede devenir en enseñanza. No es un llamado al olvido sino a la transformación: aprender a convivir con lo ocurrido sin que eso defina la totalidad del presente. En sus palabras, el riesgo de quedarse estancado en la victimización es perder la posibilidad de crecer.
Edith Eger dejó como legado no solo su memoria, sino un manual práctico para quien desea reapropiarse del propio destino. Insistió en que no espera que nadie la salve: “La respuesta está dentro de nosotros”. Esa es su apuesta final: que la danza —esa que la salvó en Auschwitz— sea metáfora de la elección cotidiana por seguir viviendo con sentido.