La muerte tras siniestros de tránsito; dejó desconsoladas a familias que deben soportar el inmenso dolor de perder un ser querido por la irresponsabilidad que quienes conducen en estado de ebriedad. La estadística muestra números pero nada refiere sobre ellas, cuyas vidas ya no volverán a ser las mismas por la pérdida desoladora que deja la ausencia.
Johana tenía 24 años, policía, se casaba a fin de año y era la hija única de los Verón, una familia trabajadora que hoy mira fotos y solo repite anécdotas del recuerdo que dejó esa joven. No hay consuelo y no hay palabras para poder ayudar a menguar el dolor.
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Damián Vega, 25 años, salía de trabajar y lo sorprendió la muerte cuando un auto se le vino encima. Su compañero de trabajo que también iba en la moto, Marcos Luna, quedó malherido, pero sobrevivió. Vega murió en el acto y su familia oriunda de Iglesia aún no puede entender por qué. Ese porqué que todos nos preguntamos cuando la tragedia nos sorprende y nos cala en profundidad más aún cuando le toca a gente humilde.
Lo ocurrido esta semana nos debe llevar a reflexionar y debe necesariamente replantear algunas cuestiones que nos caben a todos como ciudadanos: policías, maestros, barrenderos, periodistas, funcionarios y políticos, todos sin distinción de roles. Subirnos a un auto y conducir es una de los máximos riesgos que asumimos cada vez que lo hacemos. Sucede que como lo hacemos desde hace mucho tiempo, sentimos que eso convalida nuestras acciones por mero valor de la experiencia, y no de la pericia; sin darnos cuenta que ese exceso de confianza lo único que está haciendo es acercarnos a la tragedia. Si a eso le sumamos que lo hacemos en estado de ebriedad ya el asunto cambia por completo porque en verdad es como pensar que a nadie voy a matar si estoy gatillando un arma. Conducir borracho es lo mismo; es imposible que de esa acción no resulte la muerte.
Por lo general el que bebe alcohol y se sube a un auto cree que, como lo hizo muchas veces y no pasó nada, esta vez resultará lo mismo. Además es frecuente escuchar a quienes lo hacen; decir: "No, no; yo me doy cuenta cuando estoy muy mal, yo sé cuándo debo dejar el volante"; "También con todo lo que tomó; cómo no fue más mesurado...seguro que si tomaba menos, eso no le pasaba" o "No es para tanto, tomé apenas una copa, eso no es estar borracho, igual puedo llegar bien en auto a casa". La lista de expresiones es extensa y seguramente podríamos seguir encontrando argumentos de quienes intentan encontrar alguna justificación a la cantidad de alcohol ingerida y a la vez después de hacerlo subirse a un auto y conducir. Ahí está el más grave problema; el constante menoscabo al peligro genera una falsa confianza que lo único que provoca es el desastre.
No creo que hagan falta más campañas de conciencia vial, sinceramente si vemos televisión chequeamos las redes sociales, leemos en los portales y diarios sería una mentira gigante decir que estamos desinformados o que se necesita que la gente sepa las consecuencias de conducir ebrio. Hoy quien maneja un auto no puede escudarse en esa falacia. Las penas por hacerlo son las más duras que estipula la ley y los casos de muerte por accidentes de tránsito y por consecuencias del alcohol son harto difundidas por lo tanto la única responsabilidad recae en nosotros las personas que creemos saberlas a todas y que esas campañas y noticias están escritas y dichas para los "giles".
La vida es un bien preciado y los errores por irresponsabilidad dejan de serlo para convertirse en actos criminales, lamentables y deplorables. Seguramente cuando se les pasó la borrachera a los conductores pueriles y desvergonzados habrán reparado en el inmenso daño que han causado, habrán llorado por haber provocado la muerte, habrán gritado por la pena que recae hasta en sus propias familias, habrán implorado por que esto sea un sueño, habrán rogado con desesperación por volver la historia atrás... pero nada eso es posible, las lágrimas llegan tarde y el arrepentimiento de nada sirve porque todo eso junto no devuelve la vida.