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Lozano, en Cuaresma: "¿El 2020 fue el año que no vivimos?"

El arzobispo de San Juan brindó un mensaje en la primera jornada de domingo de cuaresma. "Cuidémonos de la hipocresía", marcó.

El arzobispo de San Juan, Monseñor Jorge Lozano, emitió su palabra en el primer domingo de cuaresma. En su discurso manifestó dejó una pregunta para que los sanjuaninos reflexionen: "¿El 2020 fue el año que no vivimos?".

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Con esa premisa marcó la necesidad de haber algo por la cuaresma para no decir, más adelante, que fue la cuaresma que no vivimos. "Cuidémonos de la hipocresía. Cómo nos enoja escuchar discursos que luego no son acompañados con actitudes. La fe no es una cuestión de discurso, es una cuestión de compromiso. La hipocresía es estéril", dijo.

Monseñor Jorge Lozano mensaje dominical 21 de febrero de 2021

"La respuesta más simple podría ser “porque la necesitamos”. Nos hace bien de vez en cuando cambiar la mirada, ponernos desde otra perspectiva.

Discúlpame que traiga a colación una imagen no convencional. Varias veces he visitado chiqueros. Unos, en instituciones educativas agrotécnicas; otros, en emprendimientos productivos. Con mayor o menor número de animales, lo común es que no se muevan del corral, no salen del encierro. Solamente están para engordar. Me vienen esas imágenes cuando decimos que estamos “achanchados”. En el camino de la vida de los vínculos interpersonales o en el plano de la fe es común que nos pueda suceder. El tiempo de Cuaresma es un fuerte llamado de atención para despabilarnos y retomar el camino.

Hoy leemos en el Evangelio de las misas que, guiado por el Espíritu, Jesús fue llevado al desierto 40 días (Mc 1, 12). Él vence la tentación y en Él también nosotros. Su victoria es la nuestra.

Jesús nos deja ver la fragilidad de su condición humana. Nos acercamos a Él para ser fortalecidos y sostenidos en las luchas que nos toca enfrentar.

Estamos llamados a realizar tres movimientos simultáneos. Por un lado hacer foco en mi propia debilidad, las tentaciones con las que lucho y especialmente aquellas en las que habitualmente soy derrotado. No somos campeones de lucha contra el mal, sino que es común experimentar la derrota.

Pero el otro movimiento es mirar a Dios, renovar la confianza en su misericordia. Preguntarnos cuál es su proyecto para mi vida, cómo me sueña desde toda la eternidad. Y decididamente confiar en su gracia. En la Cuaresma tener los ojos puestos en Jesús.

El tercer movimiento es ponerme a caminar hacia ese ideal que Dios me propone nuevamente, sabiendo que Él es fiel, y que aunque yo caiga una, cinco, o mil veces, su amor permanece para siempre. La conversión implica salir de uno mismo a buscar un encuentro. No es cuestión de voluntarismo en el cual yo soy el centro; es empeñarse con todo el corazón confiando en la gracia del Padre Misericordioso.

Te menciono tres tentaciones comunes de las cuales debemos cuidarnos en este tiempo.

El escepticismo, que ante cualquier propuesta de cambio, lo primero que dice es “no va a funcionar”, o “ya lo intenté varias veces y sin conseguir resultados”. “Siempre soy así.” Y esta es una tentación también comunitaria, que no nos permite renovar actitudes y opciones en la Iglesia. Es la cobardía del que no arriesga, y que para empezar la lucha quiere la garantía del éxito.

El egoísmo, que me encierra sin mirar a los demás. Se expresa demasiado frecuentemente “con mi vida hago lo que quiero”, o “es mi plata y la gasto como me parece”. Todo gira en torno a mí, o no existe.

La hipocresía, que nos lleva a actuar y sobreactuar la fe. Nos preocupa más la imagen o el qué dirán por encima de la coherencia de vida y la verdad sobre mi existencia. Es una actitud que nos carga de esterilidad sin dar fruto.

Arrancamos la cuaresma. Nos ponemos en camino 40 días hasta la Semana Santa. Que no se nos escape la tortuga.

El Papa Francisco nos entregó un hermoso Mensaje para la Cuaresma de este año. Te comparto algunos pasajes.

“El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.”

“El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y ‘acumula’ la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).”

“La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.”

“La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.”