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Misterios del Jueves Santo: la historia de la quinta copa

El Jueves Santo inicia el triduo pascual. Las liturgias de los 24 ritos que conforman la Iglesia católica giran en torno a este hecho. Las iglesias orientales -si bien con una diferencia de fechas, dado que muchas mantienen el calendario juliano en lugar del gregoriano- y muchas Iglesias de la reforma, la comunión anglicana y grupos pentecostales también realizan sus oficios litúrgicos recreando lo acontecido en este día.

Para la liturgia latina es día de fiesta y celebración, y se divide en dos oficios: la misa Crismal, casi siempre por la mañana, y la misa de la Santa Cena del Señor que se oficia a la noche.

Crisma proviene de latín chrisma, que significa unción. El crisma es un aceite perfumado con la cual son ungidos los nuevos bautizados, son signados los que reciben la confirmación y son ordenados los obispos y sacerdotes, entre otras funciones. La Misa Crismal se denomina así porque en ella es consagrado este aceite con oraciones propias pronunciadas por el obispo, que también bendecirá los óleos para los enfermos y para los catecúmenos. De los tres aceites perfumados sólo se consagra el santo Crisma. Los pastores también renovaran su fidelidad para con el obispo.

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Luego de la homilía no se recita el credo, y el Obispo invita a los sacerdotes presentes en la celebración a prometer solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus fieles ministros y conducir a otros a él. Fue el papa Pio XII quien promulgó una celebración separada para la bendición de los santos óleos, que antes estaba unificada al resto de la misa de la noche del jueves santo.

La liturgia actual es una restauración de 1967 -llevada a cabo por el papa Pablo VI- del rito registrado por el historiador Hipólito alrededor del año 200, que describe una ceremonia que tuvo lugar durante la Vigilia Pascual en la que se bendijeron dos óleos sagrados y uno se consagró. En el siglo V dicho ritual se trasladó de la vigilia pascual al jueves Santo y en dicha renovación litúrgica añadió la promesa de fidelidad de los sacerdotes para con el obispo. En el decreto de renovación de este rito, el Papa Pablo VI expresa: “La Misa Crismal es una de las principales expresiones de la plenitud del sacerdocio del obispo y significa la cercanía de los sacerdotes con él”.

Por la noche se oficiara la misa “de la cena del Señor”. Con esta misa se conmemora tanto la institución de la Eucaristía como también la institución del sacerdocio ministerial. También en ella se realizará lo que se llama “el mandato” es decir el lavatorio de los pies, evento que según las escrituras realizó el mismo Jesús con sus discípulos en esta noche de jueves santo. Doce personas representarán a los apóstoles a quien Jesús lavo los pies. Este gesto es común a todas las iglesias de todas las confesiones. El relato se ubica en Juan 13, 2-5, como leeremos más adelante en esta nota.

En la liturgia católica y anglicana, luego de la celebración de los oficios se llevará el santo sacramento (es decir las hostias consagradas) a un lugar especial y la gente permanecerá en adoración. Algunas hasta medianoche y otras toda la noche en conmemoración de la oración de Jesús en el huerto.

Durante esta noche y el día de mañana, los fieles católicos de rito latino suelen visitar las iglesias cercanas. Tradición que inició san Felipe Nery, en Roma, al recorrer 7 iglesias entre la noche del jueves santo y el viernes santo.

Hasta ahora vimos los ritos que los cristianos llevan a cabo en sus templos. Vayamos a los textos de las sagradas escrituras al respecto de este día, el cual está plagado de símbolos y gestos que Jesús va a realizar y que sus seguidores repetirán por los siglos por venir desde aquel 14 Nisan del año 3732 del calendario judío.

Colin Humphreys, de la Universidad de Cambridge, señala que las discrepancias en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas en relación al de Juan surgieron porque aquéllos toman como referencia un antiguo calendario, diferente del judío. El investigador concluye que la fecha exacta de la Última Cena fue el 1 de abril del año 33 después de Cristo. Esto puede significar también que el arresto, interrogación y juicio de Jesús no se produjo en un sólo día, como comentábamos más arriba. El profesor Humphreys, en su libro “El misterio de la Última Cena” sostiene que los resultados de su investigación podrían servir de base para que finalmente se establezca que el primer domingo de abril de nuestro calendario gregoriano fue la resurrección del Señor.

Veamos el relato evangélico. Leemos en Juan capítulo 13: 2-5: “Antes de la fiesta de la Pascua… (Jesús) se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una fuente y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido”. A este gesto se lo conoce como “el lavatorio de los pies”. Lavar los pies simboliza la hospitalidad en Oriente, proporcionando agua para la limpieza y bienestar de los viajeros después de un largo camino. Lavar los pies borra las memorias de dolor que hemos sufrido al recorrer un camino, es como decir: “llegaste a donde ibas, por tanto descansa”. Los apóstoles se sienten turbados por este gesto de Jesús, es una nueva actitud de servicio al otro. Acá toma dimensión la “otredad” es decir: el servicio al prójimo, y no el prójimo a mi servicio.

Una vez ocurrido este gesto, irán a la sala para la cena. Pero ¿era una cena común? No. Era un seder de Pesaj, es decir, una de las comidas rituales judías durante el tiempo de Pascua. Leemos en Lucas 22: 15, 20: “...y les dijo: tenía gran deseo de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer. Porque, se lo digo, ya no la volveré a comer hasta que sea la nueva y perfecta Pascua en el Reino de Dios’. Jesús recibió una copa, dio gracias y les dijo: ‘Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del jugo de la uva hasta que llegue el Reino de Dios’. Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes, hagan esto en memoria mía’. Hizo lo mismo con la copa después de cenar, diciendo, ‘esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por ustedes’”.

Estas palabras que Jesús pronuncio en la última cena serán repetidas durante más de dos mil años por los cristianos. No entraremos acá en cuestiones teológicas si es consubstanciación o transubstanciación o mero memorial, solo relatamos los hechos. Pero las palabras de Jesús “este es mi cuerpo; esta es mi sangre” ha sido la base de todas las liturgias eucarísticas cristianas desde el principio de la Iglesia.

De acuerdo con la manera acostumbrada de empezar la cena pascual, el huésped pronunciaba una bendición sobre una copa de vino, la cual se pasaba, por turno, a cada uno de los participantes. Jesús no tomará cualquier copa particular mesa, tomará la copa del profeta Elías, la “quinta copa” que se pone en honor al profeta en referencia a que regresará y el tiempo de la espera de la liberación de Israel será cumplido. Se acostumbra mantener la copa del profeta Elías cubierta hasta la mañana y entonces el vino se devuelve a la botella. Al tomar esa copa, Jesús especifica que el tiempo de espera ya concluyó. Y comerá Matzá, el pan sin levadura.

La cena continuó en un ambiente de gran tristeza. Mientras comían, Jesús dijo: “…en verdad les digo: uno de ustedes me va a entregar.” (Juan 13:21). Momento terrible en el cual anuncia que uno de sus amigos lo traicionará. Acá los evangelistas, de diversas maneras, describen cómo Jesús indica quién será el traidor. Y hay un dato importante. El Evangelio nos marca un espacio temporal “era ya de noche”. Es decir que la cena habría comenzado antes de la puesta del sol.

Luego que Judas Iscariote se va de la sala a consumar su traición Jesús da un discurso y acá también nos otorga una profecía, pero esta vez sobre el apóstol Pedro. Pedro le hizo una pregunta: “Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; pero me seguirás después. Pero Pedro respondió: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Daría mi vida por ti.” Y el relato continua con frase muy conocida que Jesús le dice a Pedro: “Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. El Canto de Gallo no era, como suponemos, un gallo cacareando antes del amanecer, sino que así se llamaba al tercer período de vigilia de la noche según la división romana del día, la que abarcaba desde cerca de la medianoche hasta cerca de las tres de la madrugada. Y el toque del “gallicinium” era dado por los guardas romanos estacionados en las escalinatas de la fortaleza Antonia de Jerusalén con una señal sonora haciendo sonar una especie de trompeta al final de la tercera vigilia de la noche.

De acá en más, se desencadenarán una serie de hechos que muchos estudiosos de los evangelios sostiene que no pudieron ocurrir en una sola noche, Jesús y los once apóstoles salieron de la casa en donde habían cenado, pasaron por la puerta de la ciudad, que usualmente permanecía abierta toda la noche durante un festival público, cruzaron el arroyo Cedrón y entraron en un olivar conocido como el Getsemaní. Allí Jesús se retirará a orar y por tres veces encontrará dormidos a quienes lo habían acompañado. Entonces les dice: “¿siguen ustedes durmiendo y descansando? Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levántense, vámonos; ya se acerca el que me traiciona.”

Este momento de la narrativa ha ingresado en el mundo occidental como el culmen de la traición y es recordado como “el beso de Judas”. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas describen ese momento; el Evangelio de Juan omite toda mención del beso.

Después de atar a Jesús como si fuera un vulgar delincuente, se lo llevan a Anás, quien era el sumo sacerdote cuando Jesús era niño y dejó asombrados a los maestros en el templo (Lucas 2:42, 47). Algunos de los hijos de Anás también desempeñaron más tarde el papel de sumo sacerdote, y ahora es su yerno Caifás quien ocupa el puesto. Mientras Jesús está en la casa de Anás, Caifás tiene tiempo para convocar al Sanedrín. Este tribunal, compuesto por 71 miembros que incluye al sumo sacerdote y a otros hombres que habían tenido ese cargo. Anás interroga a Jesús y uno de los guardias le pega una bofetada por contestarle a Anás una pregunta. A estas alturas ya están reunidos en la casa de Caifás todos los miembros del Sanedrín: el sumo sacerdote actual, los ancianos del pueblo y los escribas.

Mientras esto ocurría dentro de la casa de Anás, Pedro estaba sentado fuera en el patio. Hacía frío, por eso se acercó al fuego. Allí lo reconocen y por tres veces afirman que él también estaba con Jesús. Las tres veces, Pedro lo niega. A la tercera negación “cantó el Gallo”, es decir dio la hora. Pedro recordó la frase de Jesús, y “saliendo afuera, lloró amargamente”.

Será en la casa de Caifás donde Jesús será juzgado, pero encontrar testigos es muy difícil. Como el juicio se alarga, Caifás con malicia le pregunta a Jesús: “¡Te ordeno que nos digas delante del Dios vivo si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!” (Mateo 26:63). Y Jesús responde: “Lo soy…” (Marcos 14:62). Al oír eso, Caifás se rasga la ropa con un gesto dramático y exclama: “¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes acaban de oír la blasfemia! ¿Cuál es su opinión?”. Entonces el Sanedrín dicta la injusta sentencia: “Que muera” (Mateo 26:65, 66).

Hasta acá los hechos del Jueves santo y las liturgias de este día. El nudo de toda la pasión de Cristo es mañana, Viernes Santo. Allí continuará el proceso a Jesús, el papel de Roma en toda esta historia y las tradiciones populares que de este evento han quedado instaladas en occidente.