Desde el campo de la educación, docentes y psicopedagogos aseguran que esta mezcla muchas veces se origina en la infancia. Cuando se enseña primera imprenta y luego cursiva, algunos alumnos no logran adaptarse del todo al cambio y terminan adoptando una escritura mixta como forma estable. En otros casos, eligen ciertas letras en imprenta por claridad, y otras en cursiva por velocidad, generando un estilo propio.
Además, la grafología señala que este fenómeno se ve potenciado por el uso de dispositivos digitales. Al escribir menos a mano y más con teclados, se pierde la práctica constante de un solo estilo de letra. Así, cuando las personas deben tomar notas rápidas a mano, combinan letras según les resulte más cómodo o reconocible.
A nivel psicológico, esta forma de escribir también puede reflejar una personalidad no convencional. Quienes usan ambos estilos suelen rechazar estructuras rígidas, valorar la originalidad y tener una fuerte identidad individual. No se trata de un error ni de un signo negativo, sino más bien de una forma de expresión personal.
Lo cierto es que hoy en día la caligrafía pierde protagonismo frente a la escritura digital, la letra manuscrita sigue revelando mucho sobre quien la escribe. La combinación entre imprenta y cursiva, lejos de ser un problema, aparece como una muestra más de la diversidad humana y de las múltiples formas en que mente y cuerpo se comunican.