La elección del sitio de entierro no fue casual. Francisco había pedido descansar en Santa María la Mayor, el lugar al que tantas veces acudió en silencio, escapando de las luces de la plaza de San Pedro.
A solo un día del traslado de su féretro en una solemne procesión por las calles de Roma, miles de fieles comenzaron a rendir homenaje en la basílica. A primera hora la multitud se agolpaba frente a la tumba, eran unas 13.000 personas, según dijo la Policía.
Ahora, en la penumbra dorada de Santa María la Mayor, los fieles se acercan a la tumba. Una rosa blanca descansa sobre el mármol, lanzando un suspiro perfumado en medio del murmullo de oraciones. Una tenue luz cálida baña la lápida y proyecta sombras suaves sobre la reproducción de la cruz pectoral que cuelga arriba, como si custodiara el sueño eterno de Francisco.
En San Pedro, la misa de este domingo fue presidida por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano y, según los rumores que recorren los pasillos sagrados, uno de los papables más fuertes. Su homilía tejió un delicado equilibrio entre el duelo y la esperanza: "Francisco nos enseñó a caminar con los pies descalzos sobre la tierra de los humildes“.
Mientras las calles de Roma siguen impregnadas del murmullo de los fieles que, de maneras íntimas y diversas, se despiden del pontífice que marcó la Iglesia.
Los días de luto oficial se suceden como una letanía. Este domingo marcó el segundo de los nueve días destinados a honrar su memoria. Al final de ese duelo, el cónclave comenzará su deliberación para elegir al próximo sucesor de Pedro. Aunque aún no hay fecha concreta, el inicio debe producirse antes del 10 de mayo. Hasta entonces, los cardenales se reunirán en consistorios diarios, trazando los contornos del futuro de una Iglesia que agrupa a más de 1.400 millones de creyentes.
Sin embargo, el camino no será sencillo. Aunque ocho de cada diez de los 133 cardenales electores fueron designados por Francisco, el grupo que cruzará el umbral de la Capilla Sixtina es profundamente heterogéneo. Son hombres de distintos rincones del mundo, cargados de dudas y visiones dispares sobre el rumbo de la Iglesia. Entrarán divididos, como reflejo de una comunidad mundial compleja, buscando, entre las columnas doradas y los frescos de Miguel Ángel, la chispa de consenso que el propio Francisco supo encender en su tiempo.