La nieve mortal, ese símbolo central de la obra original, implicó un desafío técnico sin precedentes en la industria local. “Generar un efecto climático en un lugar donde ese efecto no existe marca un antes y un después en la industria”, afirmó Nicanor Enríquez, supervisor de efectos especiales. Se utilizaron sal, celulosa, espuma seca y polietileno biodegradable triturado para recrear la nevada. Armaron incluso “la Biblia de la nieve”, un manual técnico para lograr que cada toma resultara verosímil.
Buenos Aires se transformó en Pompeya. Filmaciones en Puente Saavedra, Vuelta de Obligado, Campo de Mayo, la avenida Maipú y otras decenas de locaciones exigieron una producción colosal. “No siempre uno tiene la oportunidad de ver la ciudad donde vive retratada como en las producciones más grandes de Hollywood”, señaló Marcelo Martínez, manager de locaciones.
La máscara de Juan Salvo también requirió una reinvención. En las primeras versiones del guion, iba a ser un souvenir de Chernóbil. Pero el equipo optó por un diseño propio, con “un visor entero, con alguna curva y un marco con tornillos oxidados”. Más de 500 modelos diferentes se utilizaron durante el rodaje. La consigna fue clara: cada actor debía imaginar su máscara como si fuera a salir a sobrevivir a la nieve.
El Eternauta no es sólo una serie. Es también una historia cargada de memoria. Su autor, Héctor Germán Oesterheld, desaparecido durante la dictadura junto a sus cuatro hijas, dio forma a una alegoría de la resistencia colectiva. "Nadie se salva solo", dice la historieta. En la pantalla, esa frase reaparece y se amplifica, como una consigna que atraviesa generaciones.
La segunda temporada, ya confirmada, continúa ese legado. No por moda ni por rating. Como dijo Darín: “Sentimos que realmente estuvimos apoyados unos en otros”. Como Juan Salvo bajo la nevada, la historia avanza. La lucha también.