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La última noche de De la Rúa en el Poder: estado de sitio, caos y desesperadas negociaciones

Un repaso por las trágicas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 que dejaron 38 muertos en todo el país, además de decenas de heridos

El miércoles 19 de diciembre a las siete de la tarde, el presidente Fernando de la Rúa había declarado el estado de sitio por 30 días. Se prohibía el derecho de reunión y la libertad de circulación en determinadas horas.

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Pocas horas después, a la 1:15 de la madrugada, miles de personas se habían concentrado en la residencia de Olivos. Por lo menos treinta estaban sentadas en el perímetro del muro. Tenían media cara tapada con remeras y estaban en cuero. Bastaba que saltaran para que ingresaran a la residencia de Olivos.

El vicealmirante Carlos Carbone, jefe de la Casa Militar, volvió a mirarlas por las pantallas instaladas en la pequeña parroquia de la residencia. Llevaba dos días en su cargo y sintió que el Presidente estaba en riesgo.

La policía bonaerense no estaba en la calle. Se había retirado. No intervenía. De la Rúa estaba en su dormitorio. Probablemente dormía. O no. Nadie lo sabía. Había poca gente en la planta baja de la residencia.

Algunos ministros y diputados radicales estaban en el hotel Elevage negociando con el peronismo. De la Rúa, esa tarde, había aceptado incorporar a dirigentes del PJ para un gobierno de "unidad". Era la carta más firme para mantener la estabilidad institucional. Incluso, entre la agenda de propuestas, se había pensado en dividir el Ministerio de Economía y crear un Ministerio de la Producción. Quedaron en continuar las conversaciones al día siguiente.

El ministro de Economía Domingo Cavallo ya había renunciado. Hacía gestiones con Carlos Becerra, jefe de la SIDE, para irse del país. Quería conseguir un avión. Mil personas se habían congregado en la puerta de su edificio de Avenida del Libertador y Ortiz de Ocampo. Estaba preso en su propia casa. No era el único punto de convocatoria. En todos los barrios de la Capital Federal se habían cortado calles y resonaban las cacerolas. Incluso frente a la Plaza Congreso y Plaza de Mayo.


Esa madrugada del 20 de diciembre, Carbone abandonó los monitores y fue hacia la residencia. Los muchachos seguían sentados en el muro. Si saltaban, otros manifestantes podrían imitarlos. Carbone encontró al ministro de Turismo de la Alianza, Hernán Lombardi, en la galería de la residencia. Le pidió que lo acompañara a la parroquia; le mostró la amenaza. Los muchachos seguían arriba del muro.

—Tenemos que evacuar al Presidente —afirmó Carbone.

—¿Adónde quiere llevarlo? —preguntó Lombardi

—A Campo de Mayo.

Lombardi le dijo que no y salió de la parroquia.

Carbone ordenó a los suyos que sacaran las ametralladoras pesadas y las dispusieran en el parque apuntando hacia el muro. Un subordinado, con un megáfono, comenzó a pedir que bajaran. Fueron tres horas de máxima tensión. Antes de las cinco de la madrugada, Carbone percibió que la situación ya estaba controlada. La manifestación se había desactivado y no había nadie en el muro.

Una hora después, alrededor de las seis de la mañana, en su último día de gobierno, apareció De la Rúa en el hall de la planta baja de la residencia. Ya no se veían las ametralladoras pesadas en el parque. Tomó los diarios. El país se incendiaba.

La tasa de desocupación llegaba al 18,3%. Había 2.532.000 personas sin trabajo. Cuando asumió había 1.833.000 desempleados. Es decir, había 700 mil más que cuando asumió el poder. Su gobierno había producido casi mil desocupados por día según datos del INDEC.

Una semana antes, el 13 de diciembre, el sindicalismo había realizado el séptimo paro nacional. El gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires Carlos Ruckauf ofrecía pagar los salarios de la administración pública en "Patacón", un bono que circulaba de manera forzosa en las transacciones económicas. El empleado estatal que quisiera cobrar en pesos, tenía opción de hacerlo. Pero tendría que esperar. Y ya llegaban las Fiestas. Los bancos, de manera unilateral, ya convertían los consumos de las tarjetas de crédito de pesos a dólares. La convertibilidad, después de diez años, se resquebrajaba. A esas alturas del 2001 ya se habían fugado 18 mil millones de dólares. Cavallo había intentado frenar la salida de capitales del sistema bancario con la imposición del "corralito", que afectaba a los pequeños ahorristas de la clase media. Sólo se permitía extraer mil pesos del cajero automático.
Ese 20 de diciembre, en su desayuno, De la Rúa pidió que le avisaran a Cavallo que había aceptado su renuncia. No quería que su ex ministro se enterara de la novedad por radio.

Eran las nueve y media de la mañana cuando el Presidente aterrizó en el helipuerto de la Casa Rosada. En la Plaza de Mayo y alrededores ya se habían iniciado las protestas. El decreto de estado de sitio, comunicado por cadena nacional, había irritado a la sociedad. Las balas de goma y los gases intentaban detener el avance de los manifestantes. La avanzada sobre la Plaza persistiría durante toda la tarde.

A media mañana una delegación de diputados y senadores radicales informó a De la Rúa los detalles de la reunión en el hotel Elevage. La posibilidad de acuerdo con el peronismo era mínima. Pero si no había ofrecimientos concretos de puestos en el gabinete, sería imposible establecer un gobierno de concertación. La respuesta de De la Rúa quedó flotando en la nada. Prometió meditarlo. Aun así, la Secretaría Legal y Técnica comenzó a trabajar en el decreto de creación del Ministerio de Producción y la división del Ministerio de Economía. Sin embargo, ya no habría más reuniones. Los gobernadores habían decidido asistir en masa a la inauguración del aeropuerto de Merlo. Volaron a San Luis. El gobierno de unidad estaba cada vez más lejos.


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Hacía cinco días que se habían iniciado los saqueos en distintas provincias. Todavía en forma aislada. Al principio en Mendoza, luego en Entre Ríos, y también en el Gran Buenos Aires. El sábado 15 un grupo organizado de piqueteros y desocupados se presentó en el supermercado Carrefour para reclamar entrega de alimentos para 500 personas. Cuando lo obtuvieron, se retiraron.


Otro grupo de vecinos, muchos de ellos mujeres con sus niños provenientes de villas de emergencia, reclamaron alimentos en una sucursal de Supermercados Día%. Cuando las cortinas se cerraban, intentaron saquearlo. Fueron dispersados por la policía. La modalidad persistió en otras localidades: centenares de personas comenzaron a reunirse frente a las cadenas de supermercados.

La embajada de Francia reclamó al gobernador Ruckauf por la seguridad de sus empresas. Ruckauf reclamó al ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, la intervención militar para proteger las cadenas de supermercados. Incluso ya se había elaborado un plan de acción. Aunque para una intervención legal se necesitaba derogación de la Ley de Seguridad por parte del Congreso.
Pasado el mediodía, De la Rúa llamó a Ruckauf y le comunicó que no pensaba renunciar y le anticipó que convocaría al peronismo a formar parte del gobierno. No hubo respuesta.

Para entonces, ya se informaba sobre muertos y heridos de bala en las adyacencias de la Plaza de Mayo. La avanzada sobre la Plaza continuaba. Las manifestantes entraban y salían, corridos por los caballos de la Guardia de Infantería.
Desde la Casa de Gobierno, para "evitar la conmoción pública", se realizaron gestiones para cortar la señal de los móviles de la televisión. Se especulaba que las protestas callejeras en las pantallas impulsaban a más manifestantes a la calle, y que si se cortaban las señales, las protestas se atenuarían.
A las 16:15, en la sala de periodistas, frente a una cámara fija, De la Rúa realizó la segunda cadena nacional en menos de 24 horas. Ya no estaba su hijo Antonio en la Casa Rosada para asesorarlo. El presidente llamó a la "unidad nacional" y aceptó discutir "la política económica".

Pero ya no tenía interlocutores. El peronismo se había guarecido en San Luis y De la Rúa había quedado solo en la Casa de Gobierno. La calle ardía. La sangre ya se derramaba a la vista de todos. Un motoquero fue ultimado a tiros en la avenida 9 de Julio, otro manifestante cayó frente a un banco en la Avenida de Mayo con un balazo en la cabeza. Al final del día, por la represión, habría entre 33 y 38 muertos.

Después de su convocatoria al gobierno de coalición, y frente al silencio de Ruckauf, De la Rúa insistió con el senador Ramón Puerta. Era el número dos de la sucesión presidencial, desde que Chacho Álvarez había renunciado a la presidencia hacía más de un año. Puerta estaba por volar hacia San Luis. Le prometió que le daría noticias a las 10 de la noche. El Presidente se decepcionó. No le resultaba difícil intuir que su gobierno no soportaría una noche más sin un acuerdo con la oposición. Los diputados del bloque peronista, liderados por Humberto Roggero, en cambio, fueron más explícitos que Puerta: no aceptaron la convocatoria. "Esperamos un gesto de grandeza", sugirieron. De la Rúa todavía esperaba noticias de la negociación en el Senado. Llamó al senador Carlos Maestro, titular del bloque radical. Su respuesta fue lapidaria:

—La situación es irrecuperable.

De la Rúa pensó cómo seguir. Quería evitar que llegara la noche sin algún acuerdo. Y a la vista, no parecía tener ninguno.

A las seis de la tarde, la CGT convocó a un paro general por tiempo indeterminado. Los empresarios le habían dado la espalda, las conversaciones que había mantenido con la Iglesia, a través del Diálogo Argentino, ya parecían clausuradas y ni siquiera los radicales mostraban demasiado interés para que continuara en el poder.

—Presidente —le informó Maestro— quiero comunicarle que el bloque radical ha dejado de apoyarlo.

Desalentado, De la Rúa informó el estado de situación a un grupo de dirigentes que esperaba novedades en la antesala del despacho presidencial.

"Perdimos el apoyo del partido en el Parlamento, no vamos a tener presupuesto y sin presupuesto no podemos gobernar".

Las revueltas callejeras continuaban. El jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, acababa de escaparse del palacio municipal con una ambulancia que se desplazó a contramano por la calle Rivadavia.

Entonces, el Presidente le pidió a su secretaria Ana Cernusco que le alcanzara un papel membretado y se alejó hacia su escritorio del Salón Verde. Tenía la camisa arremangada. Sacó el capuchón de su lapicera y comenzó a escribir: "Señor Presidente Provincial del Honorable Senado... Me dirijo a usted para presentar mi renuncia como Presidente de la Nación. Mi mensaje de hoy para asegurar la gobernabilidad y constituir gobierno de unidad fue rechazado por los líderes parlamentarios. Confío que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República...".

Y cerró la carta: "Pido a Dios por la ventura de mi Patria". Y la firmó.

Entregó el papel al secretario de Legal y Técnica, Virgilio Loiácono, para que lo llevara al Congreso. Pidió que lo hiciera rápido: a las ocho cerraba la mesa de entradas.

Ahora sólo le faltaba irse. Le pidió al fotógrafo oficial Victor Bugge que le tomara fotos mientras recogía algunos papeles de los cajones de su escritorio. Luego le preguntaría a su secretaria si había sacado la jabonera y el resto de las cosas del baño. Ella le dijo que sí, que ya estaba todo.

El vicealmirante Carlos Carbone le anunció que deberían irse en helicóptero, tal como habían llegado. De la Rúa prefirió salir en auto, pero Carbone le insistió. No podía velar por su seguridad en la calle. Entonces lo guió escaleras arriba hasta la azotea. Abrazado al edecán, De la Rúa subió al helicóptero que estaba suspendido unos centímetros por encima del suelo.

Eran las 19:52 del 20 de diciembre de 2001. La noche estaba por llegar.