Según contó a cuando empezó la primaria "tenía asimilado" que el fútbol era para los varones, pero le llamaba la atención que la cancha grande que había en el edificio de su colegio privado de zona norte fuera solo para ellos. "Cuando fui creciendo me dí cuenta de que algo tenía que cambiar. Las maestras decían que era para los chicos y que las mujeres tenían que jugar al quemado", recuerda. Y algo dentro de ella resonó.
La chica llegó a quinto grado convencida de que a ella le gustaba jugar al fútbol y con la idea clara de que se lo diría a las directoras de la escuela para que le explicaran por qué no podía. "Lo empecé a pensar pero no me animaba a decirlo, hasta que en sexto me eligieron cocapitana del equipo de educación física", relató. Y recordó que les preguntó a sus amigas qué pensaban y entre todas llegaron a la conclusión de que era injusto y que ellas también querían hacer esa actividad que "era solo para ellos".
Un día encaré a las dos directoras y les pregunté por qué no podíamos jugar al fútbol. Una de ellas me contestó que era porque los varones eran más y necesitaban algo para entretenerse. No fue una respuesta muy coherente, no me quedé conforme", confesó la nena que hoy ya está en séptimo.
Sin embargo, su cuestionamiento causó un efecto. Días después, las maestras colgaron una lámina en la pared en el recreo para que los alumnos escribieran qué juegos les gustaría implementar e hicieron una votación. "Cuando preguntaron quienes querían jugar al fútbol, el 80% de las mujeres levantaron la mano y un mes después convirtieron la cancha del quemado en un multiuso, hasta nos compraron dos arcos", recuerda.