Era la hora de la siesta del sábado 17. Un rato antes, Sebastián Juárez había llegado en un coche -presuntamente robado en un taller mecánico- hasta un puesto de artículos regionales de la localidad de Sixto Pereyra. "Se me quedó el auto", le dijo el muchacho al puestero.
Unos minutos más tarde llegó al lugar otro automovilista y se ofreció a ayudar al viajero en apuros. Servicial, enganchó su propio auto al de Juárez para remolcarlo. Pero ni bien los dos coches estuvieron unidos por una cuarta, el joven arrancó el suyo e intentó huir con ambos vehículos.
El automovilista se desesperó. Se tiró encima de Juárez, empezó a luchar con él y logró impedir el robo. Ahí notó que tenía la ropa ensangrentada.
Finalmente, Juárez escapó a pie. El automovilista hizo la denuncia policial y, horas después, el joven fue detenido cuando hacía dedo en la misma Ruta 14, en el paraje Ojo de Agua, rumbo a Traslasierras. Ahí fue cuando les gritó a los policías que el diablo le había ordenado que asesinara. Pasaría un tiempo hasta que se entendiera a qué se refería. Y a que empezaran a llamarlo "La bestia de las sierras".
A pocos kilómetros de allí, esa misma mañana, en una casa rural de Cuesta Blanca -un pueblito ubicado a 20 kilómetros de Villa Carlos Paz-, había ocurrido un crimen atroz. Un hombre de 70 años llamado Felipe Salinas había sido decapitado dentro de su vivienda. Su cabeza apareció a unos cien metros del cuerpo, en el campo de la víctima, a la vera de la Ruta 14.
La investigación del crimen quedó en manos del fiscal de Villa Carlos Paz, Gustavo Marchetti, quien en principio no encontraba un móvil para el asesinato. El caso parecía no tener explicación.
Con el paso de las horas se sumaron nuevos enigmas. Mientras investigaba el homicidio de Salinas, Marchetti descubrió que, 24 horas antes, una familia de turistas había encontrado muerta en el río San Antonio a una mujer. Le habían reventado la cabeza con un objeto duro.
Según la reconstrucción, esta víctima, Graciela Miño (62), era una vecina de San Antonio de Arredondo, otro pueblito cercano a Villa Carlos Paz. Cuando fue atacada estaba caminando por la playa en el balneario Sol y Río, de Carlos Paz. Su cadáver apareció flotando en el río, a doce kilómetros de la casa donde habían matado a Salinas.
Tras ser apresado, Sebastián Ezequiel Juárez fue alojado en la Unidad Departamental Punilla, de Villa Carlos Paz. Al joven le secuestraron unos $ 3.000: cuando le preguntaron no supo justificar cómo los había conseguido. Fue llevado ante el fiscal Marchetti para ser indagado por el intento de robo del auto y entonces contó que era oriundo de la localidad santafesina de Frontera, que está apenas separada de la ciudad cordobesa de San Francisco por una avenida.
El fiscal determinó que había llegado a Villa Carlos Paz pocos días atrás. Que no tenía alojamiento fijo y que se ganaba la vida haciendo malabares en las esquinas, aprovechando la temporada. El joven le contó que era brasileño y que había trabajado en un reconocido circo internacional. Pero en realidad los investigadores poseen una ficha prontuarial del sospechoso que señala que tiene dos causas penales en la Justicia de San Francisco: una de noviembre de 2012 por resistencia a la autoridad; y otra de noviembre del año, por tentativa de robo y daño.
En medio de la indagatoria, sin motivo aparente, Juárez repitió ante el fiscal lo que les había dicho a los policías que lo arrestaron: "El diablo me dijo que los matara".
Inmediatamente el fiscal Marchetti relacionó al sospechoso con el homicidio de Salinas y ordenó pericias genéticas para comparar el ADN de la víctima con la sangre que tenía el joven en la ropa al momento de su arresto.
Luego decidió ampliar las pericias al caso de Graciela Miño. Es que entre los dos crímenes había detalles en común: las dos víctimas tenían la nariz destrozada y estaban descalzas. Por algún motivo, el asesino les había sacado los zapatos.
Finalmente, el laboratorio permitió confirmar la vinculación entre los asesinatos. Las pruebas genéticas establecieron que los asesinatos del balneario Sol y Río y el de Cuesta Blanca habían sido cometidos por el mismo autor: Sebastián Ezequiel Juárez, el muchacho que dijo ser un enviado del demonio.
La Justicia lo imputó de los delitos de doble homicidio en concurso real, ambos en ocasión de robo; robo de automotor y tentativa de robo de automotor. Ahora será sometido a pericias psiquiátricas y psicológicas para determinar si es imputable. Entre tanto, lo alojaron en un neuropsiquiátrico, para tenerlo bajo monitoreo.
Fuente: Clarín