Diversos estudios recientes muestran que el sueño nocturno potencia el aprendizaje, consolidando la información y aumentando la eficacia del almacenamiento de la memoria, pero hasta ahora se desconocían los efectos de la siesta. En un experimento con 40 preescolares, Rebecca Spencer y sus colegas desarrollaron un test vespertino de memoria visual-espacial para comprobar la retentiva de conocimientos adquiridos durante la mañana. La mitad de los sujetos había dormido la siesta, y el resto no. Los resultados mostraron que la memoria se había consolidado y el aprendizaje era mayor en aquellos niños que habían echado una cabezada, confirmando el valor de la siesta para la memoria en las etapas de la vida dedicadas al aprendizaje.