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Diálisis

///Por María Alejandra Araya


El tío del Igna había caído en diálisis. Un tipo que la canchereó siempre, mujeriego y amante de la noche que, cuando quiso acordar, se le fue la salud entre la timba, los excesos y el whisky.

Hubo que hacerle la fístula en el brazo para que, por cuatro horas, tres veces a la semana el Tuty se conectara a la máquina. Los médicos le recomendaron la hemodiálisis a la peritoneal porque conociéndolo en sus desmadres, era mejor tenerlo controlado.

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Resulta que el Tuty no hizo pareja nunca. "Para qué tener una si puedo con todas", decía. Anduvo por el mundo y hasta trabajó en Hollywood de extra, salió más de una vez escondido en un taxi para evitar la venganza de un esposo despechado y ahora, no tenía a nadie quien lo cuidara.

Como el Igna se había ido a una ronda de negocios, La vaga tuvo que hacerse cargo del Tuty que hacía un mes se dializaba. El trabajo de remisera-oreja-chepiba es un aprendizaje revelador.

-Como si te pegaran con toallas mojadas.

Fue la respuesta del Tuty cuando La vaga le preguntó cómo se sentía.

-Las agujas tienen tres centímetros, eso no es nada. ¡Son de grueso calibre! Te imaginás, tienen que limpiar cien litros de sangre.

-¡Cien litros, Tuty! Pero si tendrás unos ocho en tu cuerpo.

-Sí, pero la sangre debe pasar varias veces por la máquina para que quede lo más limpia posible.

El Igna le había alquilado un dpto en un complejo nuevo por Rivadavia. Ahí estaba tranquilo y cuidado.

La vaga esperó que Tuty saliera solo del auto. Cuando lo había intentado asistir, se opuso. El límite entre la ayuda y la dignidad del otro es una región gelatinosa.