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Promesas

/// Por María Alejandra Araya

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Chicos y chicas:

¿Prometen ser leales a nuestra bandera, a los valores de libertad, igualdad y solidaridad que simboliza y a ser ciudadanos que acepten en sus diferencias a todos los que viven en nuestro suelo?

Sí, prometo.

Ezequiel, el hijo menor de La vaga, había prometido lealtad a la bandera junto a los alumnos de 4to. A ella se le piantó un lagrimón al mismo tiempo que la mano derecha levantada de la escuadra púber le causara cierto escozor. Autoridades, docentes, padres y parientes, aplaudieron. Hasta los perros callejeros que no estaban invitados, pero participaron igual, también.

Luego había un chocolate con torta albiceleste que las madres promesantes habían preparado poniéndose de acuerdo a través de miles de whatsapp donde más de una se enojó, insultó y abandonó el grupo.

La vaga había ido sola, no porque el Igna no pudiera acompañarla, sino porque cuidaba la tranquilidad de sus hijos. El ESMA cayó con su novia y chick-chick, meta celulalear inmortalizando el momento con un Eze que, con los ojos largos, buscaba a su madre entre la multitud.

Los que estaban de parabienes eran los fotógrafos. Distribuidos por aquí y por allá, monetizaban con profesionalismo, instantes antológicos de la vida escolar. La vaga conocía a uno, El turco Adrián. "Vení, acompañame", le dijo ella.

Cual soldada del amor, con el cuchillo del respeto entre los dientes, se abrió paso con su coequiper. En el camino, encontró a Franco, su hijo mayor a quien sumó a la acción. En un costado del patio, estaban los tres: Eze, ESMA y novia.

"Buenos días, felicitaciones, hijo, blablablá. Turquito, sacanos unas fotos, porfa". Fueron cinco minutos. A veces, poner en caja situaciones desmadradas, no lleva más tiempo. Los padres se divorcian, los hijos no. Son promesas que se hacen en cada acto familiar. Porque "Los actos son nuestros símbolos", diría Borges.