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Trump evalúa qué pedirá para excluir a la Argentina de los aranceles del acero y el aluminio

Si la naturaleza política del presidente norteamericano no cambia en los próximos días, se desplegará la negociación entre la Casa Rosada y la Casa Blanca.

Donald Trump ha decidido cambiar el orden global y mueve sus piezas con la lógica de un presidente americano que no acepta los ritos de la diplomacia mundial y sólo confía en su instinto de magnate inmobiliario. Anunció la imprevisible guerra del acero y al aluminio y se sentó en el Salón Oval a negociar con todos los países del planeta que están amenazados por un conflicto comercial que puso en jaque al libre comercio y al balance de poder entre China, la Unión Europea y los Estados Unidos. Seducido por su propio lema American First, Trump se plantea una pregunta simple y efectiva antes de etiquetar a los países como aliados o enemigos de Washington: qué están dispuestos a ceder para no perder el mercado americano del acero y el aluminio. Sucedió con Canadá y México, que ya reformulan sus propuestas para el NAFTA, y va pasar con Argentina, que persigue la categoría de aliado en un conflicto internacional que recién empieza.



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En la página oficial de la Casa Blanca se explican las razones formales que avalan la estrategia política de Trump. El presidente americano considera que la debilidad de los Estados Unidos para autoabastecerse de acero y aluminio impacta en la seguridad nacional y además constituye una causa estructural del desempleo endémico en los estados que integran el denominado Rust Belt (Illinois, Indiana, Michigan, Maryland, Ohio, Missouri, Pennsylvania y Wisconsin, por ejemplo).

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"La investigación del Departamento de Comercio encontró que los actuales niveles de importación de aluminio y acero a los Estados Unidos tiene el potencial para amenazar la seguridad nacional", asegura un comunicado oficial posteado en la página de la Casa Blanca. Y añade para que no haya dudas respecto a los argumentos políticos de Trump: "El empleo en la producción de acero ha caído en más de 54.000 puestos de trabajo desde el comienzo del año 2000, mientras que en la producción de aluminio se han perdido más de 40.000 puestos desde la misma fecha".

La línea argumental de Trump contrasta con los números duros de la producción mundial de acero y aluminio. El presidente americano enfrenta a China y la Unión Europea, pero abre la mano ante los pedidos de Canadá y México, que son grandes exportadores de esos insumos a los Estados Unidos. China y la UE son exportadores de menor peso específico frente a los volúmenes que se envían desde los dos países que son socios de la Casa Blanca en el NAFTA. Si Trump ratificara con sus decisiones políticas los argumentos que explicita en la página oficial de la Casa Blanca, China y la UE deberían integrar la lista de aliados y Canadá y México la nómina de países adversarios que complican la seguridad nacional y los índices de empleo de los Estados Unidos.

"El Presidente no permanecerá ocioso mientras esas prácticas injustas que erosionan nuestras industrias de acero y aluminio y amenazan nuestra seguridad nacional. Los países entienden esto. Un escalada de este tema es contraproducente. En cambio, los países deberían asumir la responsabilidad de esas prácticas injustas y trabajar juntos para tratar los problemas subyacentes que enfrentan esas industrias. Los Estados Unidos estamos preparados y dispuestos para abordar esos esfuerzos", escribió Wilbur Ross, secretario de Comercio de los Estados Unidos, en el Wall Street Journal.

La opinión de Ross en el WSJ, las declaraciones públicas de Trump cuando firmó las resoluciones que suben los aranceles a las importaciones del acero (25 por ciento) y al aluminio (10 por ciento), los comunicados oficiales de la Casa Blanca, los tuits del presidente americano y los informes remitidos por Fernando Oris de Roa, embajador argentino en Washington, fueron incluidos en un dossier entregado a Macri para evaluar la estrategia de la Casa Rosada ante la guerra comercial que involucra a los principales países del planeta. Macri leyó ese dossier y mantuvo intensas reuniones con Marcos Peña, Jorge Faurie, Fulvio Pompeo, Francisco Cabrera, Miguel Braun y Horacio Reyser, que son la task force presidencial cuando se deben diseñar estrategias geopolíticas.

El jueves a la tarde, Faurie confirmó que era posible una comunicación telefónica entre Macri y Trump. El Presidente ya sabía su línea argumental y conoce de memoria la psicología de su colega americano. La llamada se extendió por 20 minutos netos -en inglés sin traductor—y Macri utilizó un argumento que encaja perfecto en el discurso global de Trump, que repite una y otra vez que no permitirá que continúe la asimetría en la balanza comercial americana frente al resto de los países. En el caso de la Argentina, es exactamente al revés, Estados Unidos nos vende más que nosotros a ellos.

"La Argentina y los Estados Unidos gozan en la actualidad de una estrecha relación bilateral, basada en principios y valores compartidos que se reflejan en la renovada cooperación en todos los ámbitos. Entre los principios que compartimos está el de promover un comercio libre y justo; por tal razón queremos trabajar juntos para fortalecer el comercio bilateral que, como es de su conocimiento, registra un saldo netamente favorable a Estados Unidos (3.000 millones de dólares en 2017)", sostiene un presentación formal realizada por el embajador Oris de Roa ante la administración Trump.

Ese argumento puntual fue repetido por Macri ante el presidente de los Estados Unidos, cuando hablaron el viernes. Macri no sólo planteó las diferencias entre los volúmenes exportables entre ambos países, sino que además explicitó qué porcentajes de acero y aluminio exportan Siderca y Aluar al mercado americano. La cuantía de las exportaciones son importantes porque permiten desmantelar el argumento del Departamento de Comercio respecto a la seguridad nacional y a los niveles de desempleo en el Rust Belt.

Siderca exporta el 0,6% de todo el acero que ingresa a Estados Unidos. Y Aluar exporta el 2,3% del aluminio que llega a territorio americano. Peanuts, si se compara con los niveles que exportan Canadá, México y Brasil a los Estados Unidos. No obstante, cuando se observa el mercado exportador argentino, para Siderca y Aluar sería muy grave que Trump coloque a la Argentina en la lista de sus adversarios en la guerra del acero y el aluminio. Por eso, Macri desplegó una ofensiva diplomática y política que incluye la gira relámpago del secretario de Comercio, Miguel Braun, y del subsecretario de Comercio Exterior, Shunko Rojas, a Washington para entrevistarse con Ross y Robert Lighthizer, representante comercial de los Estados Unidos.

No es la primera vez que Braun y Rojas se encuentran con Ross y Lighthizer. Ya lo hicieron en DC y en Buenos Aires cuando discutieron -junto al ministro Cabrera— el reingreso de la Argentina al sistema de preferencias a las exportaciones que todos los años se aprueba en el Capitolio americano. Ross tiene una excelente sintonía con la administración Macri, al nivel de haber concurrido un viernes a la tarde a la embajada de Argentina en Washington para participar en un cóctel organizado para dar la bienvenida al embajador Oris de Roa. Ross llegó con su esposa Hilary Geary y se quedó un largo rato departiendo con Oris de Roa y el staff argentino.

Durante la llamada que mantuvo con Trump, Macri obtuvo lo obvio: que el presidente americano ordenara a Ross y Lighthizer que analicen las exportaciones nacionales de acero y aluminio. Ese análisis formal será interpretado por Trump que, en definitiva, decidirá si Argentina es aliada o adversaria en la guerra comercial. Trump excluyó a Canadá y México, que multiplican los volúmenes de exportaciones que Argentina, pero su decisión está vinculada a la obtención de ventajas en la negociación de la nueva etapa comercial del NAFTA. Es decir: ya no importa la seguridad nacional o el desempleo, si la Casa Blanca puede capturar una ventaja geopolítica en medio de la guerra comercial. Y esta lógica aplicará Trump para negociar con Macri.

La Casa Blanca bloqueó las exportaciones de biodiésel, prometió el Sistema General de Garantías (trabado en el Capitolio), aún aplica su burocracia con las exportaciones de carne de Argentina y habilitó la llegada de los limones nacionales al mercado americano, que fue un gesto político directo de Trump a Macri. El presidente argentino debería aguardar una lógica similar respecto a las exportaciones de acero y aluminio: para su colega de Estados Unidos, nada es gratis en el mundo. Ya sea inmuebles, o diplomacia bilateral.

Si Trump finalmente decide cobrar su excepción a la Argentina, hay dos asuntos hemisféricos que la Casa Blanca podría exigir como eventual compensación geopolítica. Enterrar el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur, o respaldar una salida a la crisis de Venezuela que implique un mecanismo distinto a la transición democrática. En estos términos, si la naturaleza política de Trump no cambia en las próximos días, se desplegará la negociación entre la Casa Rosada y la Casa Blanca.

Desde la pura formalidad, Macri explicará que las exportaciones de acero y aluminio a Estados Unidos no afectan la seguridad nacional, no impactan en el desempleo americano y no son distorsivas. Al otro lado de la mesa de negociaciones, Trump, Ross y Lighthizer evaluaran las razones de Argentina -ciertas y comprobables— y después ejecutaran su faena sin dudar un segundo.

En ese momento, si finalmente sucede, Macri deberá optar por su cercanía a Washington o sus propias convicciones políticas. El reloj ya empezó a correr.

(Fuente: Infobae)