El estrés y la ansiedad son dos de los sentimientos que más nos acompañan en tiempos turbulentos. El encierro, la incertidumbre y el contexto económico adverso debido al coronavirus pusieron en jaque a la salud mental.
Esa acumulación de estrés y acontecimientos traumáticos como una pandemia pueden provocar ataques de pánico o ansiedad. Se trata de una reacción emocional extrema de alarma sin que haya ninguna amenaza a la vista. Un episodio que experimenta el 20% de la población por lo menos una vez en la vida.
Los ataques de pánico no se pueden predecir, al menos en las primeras etapas del trastorno. A veces, es complicado distinguir sus síntomas, pero es importante hacerlo porque ayuda a identificarlos y, por ende, a superarlos.
Por lo general, los cuatro primeros síntomas son:
- Palpitaciones.
- Sensación de taquicardia.
- Falta de aire o sensación de ahogo.
- Sudoración.
Otros indicios pueden ser sofocos, aumento de temperatura, opresión o malestar torácico, entumecimiento, temblores e hiperventilación. Este último síntoma agudiza y prolonga los restantes. No todos los signos ocurren en un mismo episodio, pero con que aparezcan algunos ya se puede confirmar que se trata de un ataque de pánico.
Estas dos acciones obligan a la mente a centrar la atención en dos cosas ajenas a los síntomas y sobre las que sí tenemos el control.
Si somos testigos del episodio, lo clave es ayudar a calmarse a la persona que lo padece. Por eso, hay que transmitir paz, llevar adelante una conversación tranquila para distraerla y ayudarla a que por un lado se olvide de los síntomas y por el otro a que no los magnifique. Si hay más gente, es preferible no llamar la atención de las personas alrededor para que esa situación no genere más estrés.