"Lo que no está prohibido, está permitido” es el argumento con el que se defienden las nudistas argentinas (y también los nudistas), decididas a vivir una vida natural que incluye la aceptación del cuerpo propio y el ajeno, tal como vinieron al mundo.
Te puede interesar...
Pero entre ellas y las pudorosas, hay otro grupo: las mujeres que, por razones estéticas y/o por una reivindicación feminista, eligen hacer topless. Pero, según analizan psicólogos y cultores del nudismo, aquellas argentinas que forman parte de ese punto medio sólo se animan a destapar sus pechos cuando viajan al exterior.
La primera variable para tomar la decisión de desabrocharse el corpiño de la bikini, explican ellas, es fijarse cuánta gente hay alrededor y cuán cerca está, ya que no es igual la playa que la pileta o un solárium.
Todas coinciden en señalar que, si hay mucha gente y está a pocos pasos a distancia, sólo se animan a hacer topless pero boca abajo, "para que la malla no deje marcas en la espalda". Sin embargo, en el exterior la cosa cambia.
La psicóloga Any Krieger, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro Sexo a la carta, asegura en declaraciones a "Infonews” que la liberación fuera del país tiene una explicación elemental.
"Cuando uno está rodeado de una geografía que no tiene que ver con lo conocido, en una situación nueva, se puede liberar de ciertas reglas de las que no se puede liberar en su propio entorno. La desinhibición puede tener un factor externo, relacionado con la mirada del otro. Todos somos prisioneros de esa mirada y de qué dirán, y si bien estamos viviendo una época de muchísima libertad, esa mirada sigue existiendo. Ahora bien, si se trata de una mirada desconocida, extranjera, foránea, eso puede producir, por el contrario, libertad, oportunidad de destape”.