Cuando pensamos en decoración, muchas veces subestimamos el poder que tiene la iluminación, pero los diseñadores de interiores y decoradores saben que es un elemento fundamental a la hora de crear un espacio.
La luz realza los ambientes, da vida y amplitud y contribuye a generar sensación de refugio. Potenciarla no depende sólo de la cantidad o del tamaño de las entradas de luz en nuestra vivienda, sino también de nuestras elecciones de colores y muebles (y la distribución que definamos).
A continuación, tres reglas fundamentales para lograrlo:
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Empecemos por lo básico. Para redimensionar la luz, primero hay que entender de dónde viene, y mantener esos focos lo más despejados posible. ¿Qué quiere decir? Que no hay que poner sillones, muebles ni otros accesorios de decoración adelante de las ventanas o puertas ventanas.
Otro aspecto a tener en cuenta en este punto son las cortinas: tienen que ser siempre claras, simples y de telas ligeras para no teñir la luz ni reducir su acceso.
Otra forma de potenciar la luz es reflejándola, algo que podemos hacer a través de los colores. El blanco es el que más la refleja, y le siguen los tonos neutros. Por eso, las grandes superficies de las habitaciones -es decir, las paredes, los techos y los pisos- deben ser de colores claros y suaves.
Y esto aplica también para los muebles, sobre todo los de mayor volumen: mientras más claros sean, más luminosidad van a ayudar a crear.
Los espejos también reflejan la luz natural. Así, no sólo aportan a la decoración desde el punto de vista estético, sino que también pueden generar amplitud visual y hacer que un ambiente se sienta más luminoso.
La clave es que estén bien ubicados. ¿Cómo lograrlo? Poniéndolos en las paredes contrarias a la entrada de luz.