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Por qué se lo honra cada 8 de enero y qué le piden los devotos

Quienes lo veneran, encienden una vela roja cada 8 de enero en todo el país, y también en Paraguay y otros países. Al igual que la vela, el rojo es el color que lo identifica; y que sobresale en las estampitas y los miles de santuarios que uno encuentra por las rutas argentinas: en su vincha, en su pañuelo, en su poncho y en su cinturón; el rojo es el que predomina. Al igual que en el techo del altar y en los trapos y decenas de pañuelos que rodean cada uno de estos espacios. Hablamos de Antonio Mamerto Gil Nuñez, conocido mundialmente como el Gauchito Gil; uno de los íconos paganos con más fieles en Argentina, y a quien cada 8 de enero se lo honra de manera especial.

Antes de convertirse en este ícono popular y de devoción santificado por el mismo pueblo, el Gauchito Gil fue un gaucho justiciero y cumplidor y cuya imagen fue fundamental para los desprotegidos; siempre de acuerdo a los relatos y a la leyenda popular. Sin importar la procedencia, el status social, el nivel de instrucción o el compromiso con la “religión oficial”; Antonio Mamerto Gil Nuñez tiene fieles diseminados por todo el país. Todos conocemos a alguien que alguna vez le pidió algo al Gauchito, y que -cada vez que pasa por cualquiera de sus altares ruteros- hace sonar su bocina para demostrar su devoción. Y algunos lo hacen prácticamente de manera inconsciente.

Cada 8 de enero, las manos de miles de devotos se decoran con una cinta roja donde se puede leer, sintética y claramente: “Gracias, Gauchito”. Y, al igual que ocurrirá hoy, viernes; cada uno de los altares del Gauchito Gil en el país se verá repleto de fieles que se acercarán para demostrarle su devoción. Esos mismos altares donde, a diario, la gente detiene su vehículo para bajarse en el lugar, encender una vela (roja, por supuesto), dejarles algunos cigarrillos o hasta convidarle un trago de vino.

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Antonio Mamerto Gil Nuñez no está reconocido como santo por la Iglesia Católica. Sin embargo, esto no quita la devoción que le rinden miles de fieles; ni los pedidos y favores que se le atribuyen.

Soldado de la Guerra de la Triple Alianza y desertor

La historia del Gauchito Gil ha sido transmitida de generación en generación, de boca en boca entre sus devotos; y siempre con relatos que enaltece su figura y sus “milagros” o favores; como ocurre -por ejemplo- con la Difunta Deolinda Correa, en San Juan. Entre los datos validados documentalmente por la historia, se sabe que Antonio Mamerto Gil Nuñez nació en Mercedes, provincia de Corrientes (donde está su principal altar y se concentra el fuerte de sus fieles cada 8 de enero), el 12 de agosto de 1847. Los relatos que reconstruyen su historia lo definen como un peón rural, que disfrutaba de los bailes y fiestas. La celebración popular que más disfrutaba Gil Nuñez era la de San Baltazar, un santo cambá devoto de San La Muerte, caracterizado por su manejo del facón.

Tras participar -con dolor- de la Guerra de la Triple Alianza, Antonio Mamerto fue reclutado para las milicias que combatían a los Federales. “La leyenda cuenta que Ñandeyara, el dios guaraní, se le apareció en los sueños y le dijo: ‘no quieras derramar sangre de tus semejantes’. El Gauchito no lo dudó más y desertó del Ejército. Esa rebeldía, y conquistar a la mujer que pretendía un comisario, fueron algunos de los motivos de su sentencia de muerte. Le siguieron otras desobediencias intolerables para el poder de turno: se ganó el amor y la complicidad de la peonada correntina que lo empezó a conocer como a un justiciero, como a un héroe que protegía a los humildes, que robaba a los ricos para darle a los pobres, que vengaba a los humillados y que sanaba a los enfermos. El pueblo lo protegió, lo alimentó y lo cuidó hasta que lo capturaron”, detalla el artículo del Ministerio de Cultura de la Naciónreferido a su figura.

El 8 de enero

Ya viviendo fuera de la ley y como clandestino, el Gauchito Gil dedicó gran parte de sus días a sortear las emboscadas y operativos que tenían un único objetivo: dar con él. Y es que su cabeza ya tenía precio, y era el desertor más buscado de la época.

Pero un día cayó en manos de la milicia que lo buscaba desesperadamente. Fue mientras dormía una siesta para recuperarse de una noche de juerga, por supuesto que en honor al ya mencionado San Baltazar. Los dos amigos que lo acompañaban fueron ultimados a balazos, pero los disparos que tenían como objetivo al Gauchito no cumplieron su cometido. ¿El motivo?. Se dice que los proyectiles impactaron contra un amuleto de San La Muerte que llevaba colgado del cuello.

Esta secuencia tuvo lugar un 8 de enero. De 1874, según algunos: de 1878, de acuerdo a otros relatos. Pero lo cierto es que fue ese 8 de enero, como hoy, cuando Antonio Mamerto Gil Nuñez comenzó a convertirse en este ícono santificado por el pueblo.

Luego de capturarlo y de percatarse -con asombro- de que las balas no habían impactado contra su cuerpo, los milicianos procedieron a trasladar a Gil Nuñez a la ciudad correntina de Goya donde debería ser juzgado como el desertor que era. No obstante, durante el viaje -a 8 kilómetros de Mercedes-, los integrantes de las tropas cambiaron de idea y decidieron colgar al prisionero de un árbol ubicado en la zona, boca abajo. Y llegó el momento más impactante del relato: la orden de los superiores referida a degollar a Gil Nuñez era terminante, pero nadie se animaba a hacerlo (los propios soldados tenían orígenes humildes y respetaban las andanzas del Gauchito).

Luego de una serie de idas el vueltas, fue el coronel Velázquez quien -siguiendo órdenes de su superior y en contra de su voluntad- realizó el corte en su cuello con un facón. La misma leyenda cuenta que la sangre del Gauchito brotó con violencia y cayó como una catarata; y que ni bien tocó la tierra, fue absorbida en el acto. Y fue en ese momento en que nació el mito popular, y el propio Velázquez -quien había sido su verdugo- se convirtió en su primer devoto.

“Con la sangre de un inocente se curará a otro inocente”, cuentan que fueron las últimas palabras del Gauchito a Velázquez antes de ser asesinado. Y en los minutos posteriores a su asesinato, se dice que ocurrió el primer milagro. “El coronel, luego de entregar a las autoridades la cabeza de Antonio Gil, se fue a su casa y al llegar encontró moribundo a su hijo. En la desesperación recordó las palabras del gaucho y cabalgó a toda velocidad hasta la zona donde habían enterrado el cuerpo y puesto una cruz de ñandubay. Juntó los restos de la tierra todavía húmeda por la sangre, untó a su hijo con ella y ocurrió el milagro”, detalla el artículo del Ministerio de Cultura publicado el año pasado.

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