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Una mujer con fobia a salir, viajó y fotografió el mundo desde su casa

Jacqui Kenny, de 46 años, neozelandesa de nacimiento y londinense de adopción, es un oxímoron viviente. Una nómada sedentaria. Una trotamundos casera. Una aventurera que recorre el planeta desde el sofá de su casa. Cuesta imaginarse a dos personas más diferentes que ella y que el uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994). Onetti era escritor. Kenny es fotógrafa. A Onetti no le decían nada los paisajes, cualquier tipo de paisaje, incluso los más bellos. Kenny ama los entornos urbanos y naturales.

Pero tanto la una como el otro coinciden en algo: no pueden o no les gusta salir de casa. En el caso de Kenny la razón es un problema de salud.

Padece un trastorno que le impide disfrutar o sentirse segura en un lugar público. La ansiedad y el pánico se apoderan de ella en situaciones que para cualquier otra persona son triviales, como un viaje en transporte público o la mera estancia en un espacio abierto. A Onetti, sin embargo, le encantaba enclaustrarse porque su vida ideal era una vida enclaustrada.

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El autor de "El astillero" y "Juntacadáveres", entre otras novelas, hubiera disfrutado con el confinamiento. “No es hogareño, es perezoso”, decía su cuarta mujer. Pasaba la mayor parte del día en pijama y en la cama. Allí comía y escribía. Una maledicencia aseguraba que tenía este cartel junto a la almohada: “Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día para dormir de noche”. Hoy parece que era una broma para tomarle el pelo a un periodista que fue a entrevistarlo y al que recibió, por supuesto, en el lecho.

Ataques de pánico

A Jacqui Kenny, por el contrario, le encantaría viajar. Pero no puede. Una barrera invisible se lo impide, aunque recibe ayuda médica y cada vez se envalentona más. Sufrió sus primeros ataques de pánico cuando tenía 20 años. Al principio ni ella misma se los tomó en serio. Hizo lo peor que podía hacer: no pedir ayuda y seguir actuando como si no pasara nada. Pero sí pasaba. Las crisis se fueron agravando y un día se sintió como un personaje de "El ángel exterminador", de Buñuel. Era incapaz de salir de casa.

Eso fue en el 2009. Agorafobia, diagnosticó un especialista. Después de trabajar para la industria del cine y empresas audiovisuales, había cofundado una firma de contenidos digitales. Aunque la empresa tuvo que cerrar, su futuro laboral no peligraba, pero sí su futuro como viajera. ¿Regresaría algún día a su amada Amalfi, en la costa de Campania? La respuesta estaba allí, al alcance de su mano, en la computadora. No sólo ha vuelto a Italia, sino que ha recorrido todo el mundo. Y sin salir a la calle.

Su alfombra mágica se llama Google Street View. Y si resulta extraordinario viajar sin moverse, todavía lo es más el hecho de que se haya convertido en una reputada fotógrafa sin manejar una cámara convencional. Sus obras se han expuesto en grandes galerías y tiene una legión de cerca de 129.000 seguidores en su cuenta de Instagram, @streetview.portraits. Con la fama, llegó el interés de la prensa. Ha sido la protagonista de numerosos documentales y artículos en periódicos y revistas.

La penúltima aparición de Jacqui Kenny es un medio de comunicación ha sido en el reciente número que Altaïr Magazine ha dedicado a los nuevos mapas del siglo XXI, Cartografías. La artista explica a la publicación, cuyo director es Pere Ortín, que las rutas por Google Street View no sólo le abrieron al mundo, sino que hicieron posible que conociera su mundo interior y configurase muchos otros: “Me permitieron crear una topografía de la ansiedad, de la agorafobia, de lugares remotos y de mi propia psique”.

De Chile a Emiratos Árabes

Gracias a las posibilidades que le brinda internet ha viajado virtualmente por todo el planeta. Desde México y Chile hasta Kirguistán y Rusia, pasando por África occidental y los Emiratos Árabes Unidos. Ha hecho suyo el sueño de cualquier niño. Cierra los ojos y, cuando los abre, está donde quiere estar. En un día puede quedarse prendida de una pareja de novios que se besa en un pueblecito de Chile y a continuación aprehender el instante en que dos camellos cruzan las dunas de Sharjah, en el golfo Pérsico.

Nada se le escapa. Una bucólica escena ecuestre en las praderas de Mongolia. El paseo de una madre y su hijo a las afueras de Ulán Bator, en el valle del río Tuul. Una cancha de fútbol en la altiplanicie peruana. O la capilla de san Lorenzo en la Quebrada de Acha, cerca de Arica, una ciudad portuaria chilena con mucha historia, escenario de una importante batalla en 1880 en la que Chile se impuso a Perú y Bolivia, que le disputaban el control de este estratégico punto del continente.

Todas sus fotos son en realidad capturas de pantalla de Google. De momento, es la única forma que la autora tiene de viajar tan lejos. Su aventura comenzó en Brasil, un país al que algún día le gustaría ir de verdad. Seleccionaba una imagen, a veces después de infinidad de horas y horas de rastreo. La encuadraba y le daba una nueva vida, como si la rescatara del anonimato, del infinito océano de imágenes que recorre las redes sociales. Le entusiasmó el resultado y se preguntó si a otros también les gustaría.

La respuesta a esa pregunta fue el proyecto creativo en el que ya lleva embarcada cuatro años, The agoraphobic traveller (La viajera agorafóbica). Si realmente hubiera estado en todos esos sitios, habría estado pensando en qué momento le sobrevendría el pánico y cuál era el camino más rápido para regresar a casa. Hablemos ahora de su obra. Su obra, sí. No cometáis el mismo error de muchos de nosotros en un museo de arte moderno. ¿Cuántos habéis dicho “eso también lo pinto yo” ante un Miró o un Tàpies?

Horas en Internet

El trabajo parece sencillo. Te sentás delante de la computadora, buscás una escena que te guste, la capturás y listo. Probá hacerlo. Nuestra exploradora ha llegado a estar más de 18 horas al día navegando para quedarse finalmente con un par o tres de botines que merezcan la pena.

“La mayoría de las cosas que hay en Google Street View son horrorosas”, confiesa. Eso da más mérito, si cabe, a las pepitas de oro que se quedan en el cedazo de su batea tras una jornada eterna cribando las aguas de internet.

Le encanta el ángulo de la cámara, los rostros borrosos, los colores brillantes, los jueces de sombras y luces, los perfiles de las arquitecturas. Tan buena fue la acogida de su trabajo que Google le propuso en el 2017 exponer algunas de sus 200 mejores capturas en Nueva York Y entonces se obró el milagro! Con mucho sacrificio, apoyo y ayuda, Jacqui Kenny viajó en un vuelo transoceánico hasta la Gran Manzana. Su cuenta de Instagram, los mensajes de ánimo y la terapia han resultado providenciales.

Cuando todo comenzó, nunca se hubiera imaginado que algún día se plantaría en Nueva York. Los pasos de gigante que ha dado le han permitido viajar más que nunca desde que le diagnosticaron su trastorno. Antes de que estallara la pandemia de la Covid-19, estuvo en Escocia, pero sabe que le queda mucho camino por delante. También sabe que su ejemplo ha sido inspirador para muchas personas remisas a hablar abiertamente de salud mental. “La creatividad es mi mejor terapia”, afirma.

Sólo por eso ha merecido la pena el viaje. Por eso, y por demostrar que Roberto Bolaño tenía razón cuando decía: “Uno nunca termina de leer, aunque los libros se acaben”. Luchando contra todas las vallas reales e imaginarias que le puso el destino, Jacqui Kenny ha demostrado que pasa exactamente lo mismo con las ganas de ver mundo. Ella, que nunca se rindió ni se resignó a quedarse encerrada, es la prueba evidente de que nunca se termina de viajar, aunque el viaje se acabe.

DOMINGO MARCHENA / La Vanguardia

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