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Orgullo: Una mujer de 75 años terminó la secundaria, fue abanderada y ahora sueña con estudiar psicología

Se trata de Marçía Seggio quien se casó, tuvo tres hijos y cuatro nietos y después de quedar viuda se decidió a estudiar. Esta mujer demostró que nunca es tarde para cumplir con un sueño.

"¿Qué hace la nona con la bandera?", soltó con los ojos bien abiertos la nieta más chiquita cuando vio llegar a su abuela al acto de fin de curso. Con 75 años, María Seggio se estaba dando el lujo de terminar la secundaria. "Yo no creo que mi vida entusiasme a nadie, es una historia común de una señora normal", dice en tono jocoso recién llegada de su clase de pilates. Puede tener un punto, pero no le vamos a dar la razón del todo.


El intermedio de su vida sí es bastante tradicional. Se casó, tuvo tres hijos que le dieron cuatro nietos, y trabajó junto a su esposo en una casa de regalos toda su adultez, hasta que él falleció y le dieron ganas de estudiar. Ahí es cuando su vida deja de ser tan normal, y se conecta con su infancia. Llegó de Italia a los 9 años, sin hablar una palabra de castellano, pudo terminar la primaria, pero a los 14 años empezó a trabajar. "En esa época mamá pensaba que la mujer tenía que aprender a coser, bordar, zurcir y cocinar. Además si me quedaba en casa tenía que cuidar a mis tres hermanos varones, así que preferí salir", explica.

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Cuando quedó viuda a los 70 le dieron ganas de estudiar Psicología pero siempre se topaba con el gran impedimento: la falta de título secundario. Su primer intento fue en un instituto privado que no la convenció porque "lo único que querían los alumnos era el título, y yo quería aprender". Así que a los 72 se anotó en un colegio nocturno del estado en Villa Urquiza. Cursó todos los días de 17:30 a 21:15 hs durante tres años y no faltó nunca, cuenta: "Del entusiasmo de hacer algo que te gusta, ni te enfermás. En el invierno que te querés quedar en la camuchi de noche, yo iba igual".

La clase, otra galaxia
Fue abanderada desde el primer año de colegio, a los 72.

"Mi sensación era como si fuera a primer grado. Me sentía como una nenita. Pero en clase no podía evitar que me saliera la madre de adentro", cuenta María. Si bien balancear su vida personal con la escuela le salió de taquito (nunca dejó de reunir a la familia los domingos o de juntarse con sus amigas para jugar a la canasta como desde hace 35 años), algunas materias le trajeron dolores de cabeza.


"Literatura era mi preferida, Educación Cívica me pareció muy instructiva y Matemática me gustaba, pero me costaba", explica. El primer año, tuvo que pedirle ayuda a una maestra particular pero al poco tiempo le agarró la mano. Es más, cuando en el grupo de WhatsApp familiar circuló el aplazo de su nieto de 14 años, ella comentó: "¡Son logaritmos! Me hubiera dicho a mí y le explicaba".

Al margen de la educación y las materias, rescata la apertura mental que le aportó exponerse a otras realidades: "Sentí que había vivido en una burbuja y recién me abría a la realidad. Había chicos que no conocían a sus padres o que tenían cuentas pendientes. Inconscientemente uno discrimina cuando no lo ve de cerca. Pero al convivir, te das cuenta de que todo tiene un trasfondo. Me adapté y me sentí respetada".

Aunque dice que no se lo merecía del todo ("para mí había chicos que tenían más capacidad pero no voluntad"), fue la encargada de llevar la bandera desde el primer año hasta la ceremonia final a la que asistió toda la familia: "No sé si les habré servido de ejemplo, pero a mí me puso bien verlos ahí. Me apoyaron siempre y si sabían que estaba en el colegio no me molestaban para nada".

Quizás por la experiencia social fue que reforzó sus ganas de estudiar "algo relacionado con la Psicología", pero no la carrera, que le resulta muy larga. Remata: "75 es un montón. Soy una señora grande y me cuesta mucho aprender cosas nuevas, pero tengo la experiencia de vivir".

Fuente: La Nación.