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La historia de Mía Etcheverría: la actriz porno que es novia del Chengue Morales

Conoce la vida de Mía Etcheverría, la estrella porno que sale con el ayudante de campo de Colón

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La actriz XXX uruguaya y el actual ayudante de campo del técnico de Colón, Paolo Montero, se conocieron hace más de tres años en Uruguay. La rubia llegó a trabajar para él en el boliche "Botineras". Fueron pareja un tiempo y ahora se reencontraron. El diario "El País" de Uruguay, realizó un detallado perfil de la vida de Mía. Acá te dejamos los párrafos más destacados.

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La carrera de Mía Etcheverría existe, esencialmente, en Internet, pero no tiene computadora. Por eso no puede descargar la última sesión de fotos que le hicieron en Argentina. Me acaba de conocer, sin embargo pone su celular en mis manos y me pide que las envíe a mi mail, las descargue y se las pase, una por una, a su casilla. Sostengo ese teléfono con carcasa de Minnie y obedezco. Pienso, un hacker se fastidiaría conmigo. La carpeta con el material tiene otro nombre, el verdadero. Mía Etcheverría suele contar sus anécdotas con entusiasmo, tanto que una y otra vez olvida utilizar su nombre falso. Se detiene, se muerde la lengua, pide que no lo escriba. Cuando recién empezaba y aceptó dar una entrevista extensa pidió que no publicaran su identidad, pero su nombre fue la primera palabra que tipeó el periodista. Yo ya lo conocía. Y ya lo había usado para revisar su perfil de Facebook, que es abierto al público.

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Cada día, cuenta sus novedades en una cuenta personal y luego en otra profesional, y sin embargo parecen la misma. Comparte fotos con su sobrina lanzando un beso, otra de su tío asesinado hace dos semanas por un tema de drogas, fotos tomando mate con su perro Cagu (una conjunción de las iniciales de su nombre y las de su hermano). Los comentaristas, en ambos perfiles, son cariñosos. Y acompaña las imágenes con leyendas inspiradoras, como: "La vida es cambio. El crecimiento es opcional. Cada cual elige su camino". Debajo, subió la foto de una caja de masitas que le regaló el novio para celebrar su embarazo de dos meses. Estaba a punto de convertirse en el rostro de una marca chilena de preservativos cuando se enteró de la noticia.

A su pareja lo llama Richard, que para el resto de nosotros es el "Chengue" Morales. Mía es el nombre que había elegido un tiempo atrás para otro bebé que esperó de él y que perdió. Y Mía es el nombre que elige para el bebé en camino. Etcheverría es el apellido que tomó prestado para evitar usar el de su padre, que le prohibió mediante abogados relacionarlo al porno. Mía Etcheverría es un personaje y una marca que hasta tiene un logo. Es el nombre del sexo charrúa, aunque la firma la puso una chica que nunca había visto un consolador hasta que se presentó al casting que la convertiría en la estrella del placer celeste.

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Durante meses Divas TV prometió sacudir el pudor local, pero nunca llegó a la televisión. Según Mía Etcheverría, su figura principal, otro canal más importante le pagó para evitar una buena competencia. Aún así, las veintidós películas que rodó están a la venta en la web. Los trailers de esas producciones son los únicos videos hot que aparecen en Internet. Un panorama que quizá cambie el mes que viene cuando viaje a España para probarse en la productora que trabaja con la actriz Apolonia Lapiedra. "Es una empresa visionaria", dice, porque usa drones para filmar las escenas de sexo.

Esta va a ser su segunda vez en Europa. La primera fue un año atrás, y le dijeron que para lucir como una chica top del porno tenía que invertir más de 15 mil dólares en cirugías estéticas. Le sugirieron que se bajara el mentón y se hiciera una lipoescultura en los brazos, las piernas y las rodillas. Que se pusiera más cola. Que se agrandara los pechos. Y que se redujera las mejillas: eso o adelgazaba otros diez kilos del peso que ya había bajado. Mía Etcheverría no sabe de qué le hablan cuando le hablan de medidas: nunca se midió la cintura ni la cadera. Pero dice orgullosa que el contorno de sus pechos es igual al largo de sus piernas. Y aún así aclara que no le gusta ver este tipo de cine porque la mayoría de las mujeres le resulta grotescas.

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Mía Etcheverría dice que nada es imposible y pone como ejemplo la tarde en que visitó a su ídola en Chile. Charlaron en su camerino. Desde ese momento comparten el asesoramiento de Mariano Rocca, un manager que ayuda a las mujeres que viven de su sensualidad a planificar su futuro. Como Esperanza, Mía aspira a ser una empresaria. Quiere vender carteras, zapatos, ropa y lencería que lleve su nombre. En eso está, sacando cuentas.

La primera vez que fue a España, luego de escuchar el listado de retoques necesarios para triunfar, recorrió Madrid preguntando precios. Es probable que el documental biográfico que se está rodando sobre su vida la ayude a costear mejor los gastos de la importación. También el libro que algún día escribirá y en el que, amenaza, revelará el nombre de muchos "tipos grosos" que la contrataron. ¿Por qué lo haría? "Porque me mostraron videos en los que ellos se burlaban de mí y me ensuciaban". Cuando un medio publicó esta advertencia, Mía recibió casi 20 mensajes en su celular: varios caballeros le recordaban que sabían la dirección de su casa.

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A pesar de la mejoría económica, nunca se fue de Las Piedras. A Mía Etcheverría le gusta recordar cuál fue su primer escenario. Cuando era niña y sus padres estaban juntos, creció en un galpón detrás de la casa de su abuela materna: "Si llovía corríamos a poner latones debajo de las goteras para que no se nos inundara la casa", recuerda. Y con un padre alcohólico: "Llegaba de noche, borracho, y orinaba los muebles". Para darse algunos lujos, cocinaba pasteles con su abuela y los vendía en el centro de la ciudad. Tenía 9 años. Cuando cumplió 12, su madre se lesionó la columna y estuvo un año entero con la mitad del cuerpo enyesado, desde el hombro hasta el pie. "La prejubilaron. Yo no tenía plata ni para pagar las fotocopias del liceo". Unos meses después, Mía descubrió una infidelidad de su padre, lo que terminó por sacarlo del hogar. Entonces, ni siquiera tenía dinero para comer. Ni siquiera para comprar yerba y cenar unos mates. A los 13 empezó a trabajar. Primero, en un 24 horas en el que el dueño le pagaba cuando quería o con productos. Luego, en la barra de un boliche: por preparar tragos le pagaban $500 cada noche. Para ahorrar el dinero del taxi, Mía volvía caminando a su casa. Caminaba 20 cuadras por la antigua ruta 5, de madrugada. Empezó a ausentarse en el liceo, hasta que lo abandonó.

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A pesar de todo, cada semana viajaba a Montevideo para estudiar actuación. A los 16, cuando quedaba un mes para que le dieran el diploma, el boliche donde trabajaba fue clausurado. Le pidió el dinero a su padre, se pelearon y terminó declarando en una comisaría, después de una patada en la cabeza que le arrancó los brackets de los dientes. Pasaron dos meses y consiguió trabajo en el boliche Botineras. La barra de la que se hacía cargo era la que más facturaba: ganaba entre $2.000 y $3.000 por noche, es decir, unos $9.000 a la semana. Uno de sus jefes, era Richard. El bar cerró.
Fuente: El País