Más adelante, en el siglo VI, Rennes-le-Château pasó a estar controlado por los merovingios. La aldea fue escenario del matrimonio del rey Dagoberto II con la princesa visigoda Gizelle de Razas. Enterrar a sus monarcas acompañados de sus riquezas era una de las tradiciones de este pueblo, algo que incrementa las posibilidades de que realmente pueda haber más tesoros ocultos en los alrededores. Incluso el mismísimo Santo Grial podría estar escondido allí, llevado por José de Arimatea en el siglo I o por los Templarios mucho tiempo después.
Pero quien verdaderamente provocó que todas estas historias sobre fortunas secretas fuesen tomadas muy en serio fue el sacerdote católico François Bérenger Saunière, destinado a Rennes-le-Château en 1885, a los 33 años de edad. Saunière vivió en la modestia hasta que una serie de donaciones le permitieron afrontar la restauración de su altar, a finales del siglo XIX. Durante estas obras, según el testimonio de obreros que permanecieron con vida hasta hace algo más de cinco décadas, fueron encontrados varios manuscritos encerrados en tubos de madera.
La vida del párroco cambió en ese momento. A partir de entonces y hasta el final de sus días, vivió rodeado de lujos y riqueza, atrajo nobles visitantes a su aldea y se dedicó a restaurar su iglesia hasta alcanzar la ostentación. Algunos piensan que los documentos guiaron a Saunière hacia los tesoros de los merovingios o de los cátaros. Otros estiman que no fueron tan grandes las fortunas que encontró, aunque sí suficientes para darle una vida repleta de comodidades. Las piedras de Rennes-le-Château continúan guardando su secreto, atrayendo a miles de visitantes cada año.
Fuente: abc